Por supuesto que un arancel de 25% es menor a uno de 30%, pero habría que tener cuidado antes de echar cohetes para celebrar que Estados Unidos haya decidido suspender por 90 días la aplicación de las medidas comerciales más severas que fueron anunciadas el 11 de julio en una carta de Donald Trump dirigida a Claudia Sheinbaum y que debían entrar en vigor hoy 1 de agosto.

En realidad, las cosas quedaron igual después de la novena llamada telefónica entre los dos presidentes, como lo reconoció la presidenta Sheinbaum.

La pausa da un respiro, sí, pero mantiene la incertidumbre que comenzó desde que Trump ganó las elecciones de noviembre pasado, y, sobre todo, desde que advirtió, al día siguiente de su toma de posesión, que impondría aranceles a sus socios comerciales de América del Norte.

La que se dio a conocer ayer no es la primera tregua que Trump da a México. Ya lo había hecho el 6 de marzo, luego de una conversación telefónica anterior con Sheinbaum. Y no es que aquella pausa haya aliviado en mucho la situación de fondo.

Recordemos que unos días después de esa pausa entraron en vigor los aranceles a las importaciones de automóviles y autopartes, de 25%, aplicado al contenido no estadunidense de esos productos, así como a los de acero y aluminio, en el que el porcentaje a cobrar por parte de las aduanas de la Unión Americana subió el 4 de junio de 25 a 50 porciento. Y recordemos también, que, a juzgar por el resumen que hizo Trump de la llamada de ayer con Sheinbaum, dichos aranceles se mantienen vigentes, igual que el de 25% a todo lo que México envía a la Unión Americana por fuera del T-MEC y que tiene el propósito de forzar a nuestro país a cooperar con Estados Unidos en materia de migración e interdicción del tráfico de drogas, principalmente fentanilo.

Todo eso que le relato sucedió después de la tregua negociada en marzo, que fue celebrada de manera estruendosa en México y atribuida a la estrategia de “cabeza fría”.

Y ya no agrego lo que pasó por fuera de esos temas, como dejar que se venciera la suspensión al arancel compensatorio al jitomate, así como las amenazas y sanciones en rubros como el agua del río Bravo, la ganadería y el tráfico aéreo.

Por ello, no creo que los aplazamientos que concede Trump sean necesariamente una buena señal. Es un alivio temporal, por supuesto, pero está lejos de representar una solución al clima de incertidumbre que se ha instalado en la economía mexicana desde hace más de medio año.

Si los aranceles de Trump no han tenido un mayor efecto en México es porque las autoridades aduaneras de Estados Unidos no han comenzado a aplicar la mayoría de esos impuestos comerciales. ¿Cómo entenderlo? Quizá sea porque 1) están tan confundidas como los neófitos en la materia y no saben exactamente qué cobrar o 2) porque Washington lo ha hecho intencionalmente, a fin de no propiciar que la inflación se desboque.

Habría que tratar de entender por qué se están aplicando los aranceles completos a las importaciones automotrices —un promedio de 16%, de acuerdo con la Oficina del Censo de Estados Unidos—, mientras que no se están cobrando en el caso de las de los equipos de cómputo. El caso es que las primeras han caído en 4% en lo que va del año mientras que las segundas han aumentado 108 por ciento. Tal vez esto tenga que ver con que Trump hace énfasis en la fabricación de vehículos como una industria que quisiera que regresara a Estados Unidos, pese a lo irreal que pueda ser ese propósito.

No sé si lo que se logró ayer en la llamada telefónica de Sheinbaum y Trump sea “el mejor acuerdo posible”, como se planteó en la mañanera. Aún no conocemos los detalles de la negociación, como el acuerdo de seguridad que, reveló la mandataria mexicana, se está pactando.

No será, pues, hasta que se asienten por completo los polvos de esta estampida desatada por Trump que sepamos cuál será la nueva cara de la relación bilateral, qué tipo de revisión del T-MEC se puede esperar y cómo quedarán las condiciones para la inversión en México.

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