“El que llega a Tecla poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre”, escribe Italo Calvino en su obra Las ciudades invisibles, un libro de relatos donde el viajero veneciano Marco Polo describe ciudades fantásticas al emperador Kublai Kan.
Así por acá. En la misma angustia de una ciudad, la CDMX, que parece firme pero a cada rato exhibe sus cimientos, le crujen los andamios y le rechinan las estructuras. Los ventarrones y los aguaceros la condenan. El pasado 31 de julio 40 árboles se vinieron abajo y en la primera quincena de agosto 92 árboles se desplomaron por la ira del aire (Reforma, 19/08/2025). El mapa de los árboles ancianos existe y sus puntos de riesgo también.
Un muchacho de 15 años de la colonia Villa Verdún terminó en un hospital vulnerado por las aguas que tomó de la llave de la casa. La respuesta de la alcaldía es que el tinaco está sucio. La autoridad se lava las manos en la pestilencia de la tubería descuidada que mezcló aguas negras y potable.
Vecinos de colonias de distintas alcaldías hacen el recuento de los enseres perdidos por anegaciones. Es una rutina anual. A quienes padecen las inundaciones, pierden enseres o quedan atrapados, la autoridad les dice que la culpa es de los ciudadanos porque tiran basura en vía pública y tapan las coladeras.
Cuando la ciudad se seca vienen los resanamientos. Ahora, ahogado el carro, prometen pavimentar mil 250 kilómetros de 217 vialidades con una inversión de 2 mil 250 millones de pesos. Hacen del bacheo una hazaña cuando debería ser una vergüenza. Una prevención a tiempo hubiera salido más barata. Y piden que el ciudadano informe del bache. Se entiende: si la autoridad no anda por las calles nunca sabrá de los peligros.
Qué le dirán ahora a la señora Araceli Zaragoza, de 60 años de edad, que cayó el sábado en un socavón de seis metros de hondo cuando caminaba en el camellón de la avenida Talismán en Gustavo A. Madero. El andador peatonal apenas había sido “arreglado” hacia unos meses con adoquín nuevo. El socavón se abrió, según la autoridad, por “una fuga de aguas residuales en un colector de 1.52 metros de diámetro causada por las intensas lluvias”.
Cada vez hay más socavones. En 2024 se registraron 139 oquedades; este año ya suman 153 (Reforma, 18/08/2025). La lluvia truena los colectores y las fisuras provocan las cavidades. Tramos de la ciudad colapsan. Revientan por debajo y ponen al límite a sus habitantes. El daño en la salud incrementa. Las pruebas de resistencia cada vez son mayores. Afectaciones laborales y educativas. Y una silenciosa irritación ciudadana.
La lluvia que podría ser benéfica, nos derrota. En la ciudad escasea el agua para consumo. Nos hunde la de la tormenta.
Ramón Aguirre, ex titular de Aguas de la CDMX, dijo que desde el 2012 se advirtió que la inversión gubernamental obligada era de 25 mil millones de pesos anuales en la infraestructura hidráulica para resolver el problema del agua, de drenaje y su saneamiento (Reforma, 20/08/2025).
La recomendación ya se fue por un socavón. El mejor negocio es tener a la ciudad en reparaciones para que, como en Tecla, se simule la labor y no se vea la inminente destrucción.
Pero los borregos siguen balando agradecidos porque luego de los desastres que bien mencionas Zamarripa, la señora Brugada les arroja algunos pesos para que los recojan del lodo que quedó en sus casas anegadas. Parece broma pero es completamente real:
5 mil pesos por afectaciones mayores a 15 centímetros,
10 mil pesos por inundaciones de hasta 50 centímetros,
25 mil pesos cuando el nivel del agua putrefacta en sus casas superó los 50 centímetros de altura.
Y lo publican y lo celebran.