El ocaso del Servicio Secreto comenzó paulatinamente con la aparición de la Liga Comunista 23 de Septiembre, a principios de la década de los setentas, junto con el arribo del general Daniel Gutiérrez Santos, “Toby”, como titular de la entonces Dirección General de Policía y Tránsito del DF.
La irrupción del grupo guerrillero, con secuestros y asaltos que la organización llamaba “expropiaciones”, originó que fueran desplazados los verdaderos investigadores del SS, por agentes de la policía política de entonces, la Dirección Federal de Seguridad, cuya misión sería el exterminio de la liga y sus integrantes.
Gente de Javier García Paniagua y Miguel Nazar Haro, entre ellos Arturo Durazo Moreno, a la postre sucesor de Gutiérrez Santos, se apoderaron de la policía y gradualmente fueron deshaciéndose de quienes integraban el Servicio Secreto.
El plagio y muerte de Eugenio Garza Sada, el 17 de septiembre de 1973 y la tentativa de secuestro de Margarita López Portillo, hermana del entonces presidente electo de México, José López Portillo y Pacheco, en septiembre de 1976, desencadenó una respuesta brutal y aplastante del gobierno.
La orden fue determinante: aniquilarlos.
El premio para el amigo personal de López Portillo, Durazo Moreno, quien fue un destacado miembro de la temible Brigada Blanca, fue la Dirección de Policía y Tránsito.
Su amistad databa desde su infancia y adolescencia, en la colonia Del
Valle, del entonces Distrito Federal, López Portillo y Luis Echeverría fueron compañeros de banca en la escuela primaria de los dos personajes que al paso de los años llegarían a ser presidentes de la República.
Arturo Durazo llegó a ser uno de los más altos jefes policíacos, no por sus aptitudes como investigador o por su brillante inteligencia, su mérito fue haber nacido bronco, agresivo y bueno para meter las manos en las peleas callejeras,, a diferencia de sus amigos, entre ellos José y Luis, a los que tenía que defender constantemente.
Ello le valió que cuando sus “protegidos” se encumbraron, corresponden a sus favores y lo llamaron para ocupar diferentes cargos, hasta ser ungido como “general de cinco estrellas” y ser nombrado titular de la entonces Dirección General de Policía y Tránsito.
Al asumir la titularidad “El Negro” Durazo, por disposición del presidente electo, José López Portillo, lo que ordenó primero fue la desaparición del Servicio Secreto y en su lugar fue impuesta la temible División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia.
El último director del SS, fue el coronel Rafael Rocha Cordero y al nacer la DIPD, correspondió a Francisco Sahagún Baca, primo de quien años después sería la Primera Dama, María Martha Sahagún Jiménez, asumir el cargo de director general.
Comenzaría entonces una era de corrupción y extorsión a los policías nunca antes vista, que se prolongaría durante los seis años que López Portillo y Durazo Moreno permanecieron en el poder.
Pero quién sería más publicitado que el mismo presidente, sería Durazo, nacido en 1924, en Cumpas, Sonora, quien incluso se llegó a soñar presidenciable.
José González González, guardaespaldas personal de Durazo, calificado como traidor a su jefe, luego de la publicación de su libro “Lo Negro del Negro Durazo”, dio a conocer pormenores de la vida delictiva de su ex patrón, de los que siempre dijo no haber participado.
El llamado “entre”, vigente en la actualidad aunque sea negado por la oficialidad, cobró fama entre la tropa, consistente en extorsionar a los elementos policíacos por todo y por nada.
Entrega de uniformes, armas, parque, vehículos y mantenimiento a los mismos, combustible, refacciones, conservación del empleo, evitar arrestos injustificados, abusos, malos tratos, acosos, cambio de adscripción, cruceros productivos, jefaturas, etcétera, todo tenía un precio.
“El Entre” se volvió tan “normal” que los altos jefes sabían que tenían que entregarlo en centenarios a Durazo Moreno, de tal suerte que era común ver a los “gama”, asistentes de los jefes de área, cambiar en bancos alteros de dinero por centenarios, “porque son los que le gustan al señor”.
Ante las exigencias de sus jefes, los policías, uniformados o civiles, se veían obligados a cometer toda clase de abusos, atropellos e incluso fechorías para poder cumplir con su “cuota”.
Su poder, gracias a su amigo el presidente, llegó a tal grado que durante un acto, el entonces secretario de la Defensa Nacional, Félix Galván López, le reclamó a Durazo Moreno el lucir tres estrellas en su kepí, como general de división.
-Yo creo que el señor presidente se equivocó con usted, dijo el general a Durazo.
Sin esperar a que concluyera el evento, Durazo fue por la parte de atrás del presídium y le susurró algo al mandatario.
Al terminar el acto, el presidente se despidió de manos de los asistentes, pero al llegar a Galván López lo ignoró.
A la salida lo alcanzó Durao y le dijo al general, “con el que se equivocó fue con usted” y al siguiente día, Durazo lució en su gorra tipo militar no tres, sino cinco estrellas, para dejar por sentado que era superior a los generales de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Los representantes de la prensa, con sus muy pero muy escasas excepciones, estaban más que comprados por el general, con el clásico “chayo”, dádiva mensual; plazas en la corporación, casas que eran para los policías, placas para taxis y toda clase de favores que pidieran los chicos de la prensa.
En cierta ocasión, luego de la presentación de una banda de asaltantes bancarios, un reportero radiofónico lo encaró y le dijo que se decía que había un cúmulo de denuncias por la corrupción existente en la corporación.
Primero lo fulminó con la mirada y después, de manera nada amable lo jaló por el brazo y lo llevó aparte.
Con voz ronca, estropajosa, le dijo:
-¡A ver, cabroncito! cuál pinche corrupción, aquí no hay ni madres de corrupción, venga p’a acá.
Lo llevó hasta un cuarto donde había varios costales grandes de plástico, de color negro y bolsas grandes de lona, con cientos de sobres de nóminas, producto de botines recuperados que no eran reportados al Ministerio Público o incluso de robos y asaltos ordenados por el mismo Durazo o Sahagún.
¡Métale la mano, cabrón! y lo que agarre es suyo.
El reportero se colgó la grabadora al hombro y metió ambos brazos, cargando con docenas de sobres que guardó entre sus ropas y en el estuche de su equipo de trabajo.
¿Ya vio, mi cabrón, que aquí no hay ni madres de corrupción?
Obnubilado por el cargo, no puso reparos al ser “distinguido” con el Micrófono de Oro por la Asociación Nacional de Locutores, miembro de La Legión de Honor e incluso “doctor honoris causa” sin tener ningún antecedente jurídico.
Después se conocería el Partenón de la bahía de Zihuatanejo, en Guerrero y sus mansiones del Ajusco, así como innumerables y suntuosas propiedades, en las que tenía como mozos, albañiles, choferes, empleados y sirvientes a cientos de policías.
Cuando comenzaron a barajarse nombres para la sucesión presidencial, Silvia Garza de Durazo pregonaba en fiestas y reuniones que su marido sería el próximo presidente.
En una de ellas le comentaron que quien podría llegar a la Presidencia sería el entonces secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid Hurtado, a lo que la señora Garza respondió a gritos:
-Ese pinche chaparro no tiene tamaños para llegarle a mi marido.
Esa ofensa, lanzada sin medir las consecuencias, fue escuchada por Paloma Cordero, quien se lo comentaría a su esposo.
Al tomar posesión como presidente, De la Madrid Hurtado, comenzó su “renovación moral” y una enconada persecución contra Durazo Moreno.
Primero fue desaparecida la DIPD y luego serían dictadas sendas órdenes de aprehensión contra Durazo y Sahagún Baca. “El Negro” Durazo huyó a Puerto Rico, pero fue detenido en 1984, donde se había refugiado y repatriado a nuestro país.
Sus bienes le fueron confiscados, sus cuentas aseguradas, sus propiedades requisadas y se le envió al Reclusorio Norte del DF.
Permaneció ocho años tras las rejas y en 1992, por su precario estado de salud y por buena conducta, fue liberado, aunque finalmente murió el 5 de agosto del 2000, en Acapulco, Guerrero, víctima de un paro cardíaco.
Atrás había quedado la historia negra de uno de los jefes policíacos más corruptos de la historia, aunque no por ello la corporación quedaría saneada, no, simplemente cambió de nombre (ha cambiado varias veces), pero la explotación de los altos mandos a la tropa sigue vigente, como en los buenos tiempos de Durazo Moreno.
Había dejado una herencia llamada “La Hermandad Policíaca» que por décadas mantuvo el poder en la dependencia, hasta que sus integrantes, sólo altos jefes, fueron muriendo o terminaron encarcelados, como Santiago Tapia Aceves y otros más.
El último de los sobrevivientes de esta cofradía, fue Luis Rosales Gamboa, mejor conocido como El Titino, por su enorme parecido con el muñeco del ventrílocuo Carlos, pero su permanencia en la corporación, de más de 40 años, merece un capítulo aparte, lo mismo que La Hermandad y de ello daremos cuenta en próximas entregas.
(José Sánchez López / La Opinión de México)


“Su amistad databa desde su infancia y adolescencia, en la colonia Del
Valle, del entonces Distrito Federal, López Portillo y Luis Echeverría fueron compañeros de banca en la escuela primaria de los dos personajes que al paso de los años llegarían a ser presidentes de la República.”
Ni el “redactor” de este bodrio entendió este párrafo.