Es bastante ocioso e inútil, en términos estratégicos, que la presidenta Claudia Sheinbaum le dedique tanto tiempo a pelearse con la oposición y los críticos, porque no la llenaron a incienso por la prórroga de 90 días que ponen en pausa los aranceles que quería imponer el presidente Donald Trump a México a partir del primero de agosto. Ya no está claro si es por mantener la narrativa clientelar o por ego, pero lo importante no está ahí.

La prórroga no fue una victoria diplomática, como de manera zalamera la describió el secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, ni tampoco fue una concesión como gesto de buena voluntad. Fue una advertencia, usando la amenaza arancelaria como moneda de cambio en un tablero más grande, la guerra económica con China, el otro único país junto con México, a quien le otorgaron una pausa mientras sigan las negociaciones comerciales. Trump utilizó una estrategma con México, como una garantía en caso que las negociaciones con China salgan mal.

En el acuerdo entre Sheinbaum y Trump durante una llamada telefónica el jueves, México volvió a ceder, aunque la presidenta dijo que no hubo ninguna nueva concesión. Aceptó desmantelar inmediatamente todas las barreras comerciales no arancelarias, que aunque tiene efectos positivos para México, como un mayor acceso al mercado estadounidense y la posibilidad de alcanzar todavía la cola del nearshoring, tiene otros negativos con riesgos potenciales, como la apertura total a productos estadounidenses que puede afectar a los productores nacionales, una mayor dependencia del mercado norteamericano y el desplazamiento de las normas locales.

Trump usó a Sheinbaum como una pieza en su estrategia de negociación con China, reforzando lo que hizo en simultáneo a su conversación con la presidenta: imponer 40% de aranceles, efectivo dentro de una semana, a todas las importaciones indirectas (transhippments), que tiene una dedicatoria especial a los chinos, quienes desde que empezó el presidente su guerra arancelaria para modificar el comercio global, comenzaron a instalar fábricas y bodegas en México y otros países aliados de Estados Unidos, para introducir de manera disfrazada sus productos al mercado norteamericano sin pagar tarifas.

La eliminación de barreras no arancelarias entre México y Estados Unidos fue vista por varios analistas mexicanos serios como un avance para el comercio bilateral, pero en la letra pequeña de esa decisión se oculta un riesgo mayúsculo: mientras Estados Unidos afina su estrategia para contener a China y proteger su industria, México abre de par en par su mercado sin un plan para defender a los sectores más vulnerables.

La asimetría en objetivos y estrategias de largo plazo muestran la debilidad en la posición mexicana -de ahí la frase mexicana que se logró lo “mejor posible”-, pero que obliga a dejar de lado el discurso chocante de la “cabeza fría” como estrategia de negociación con Trump, porque nos desvía de la discusión seria. Ni fue esa actitud la razón de la prórroga  ni fue  la frontera, que es el eje de sus presiones en materia de seguridad, aunque el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch no estuvo presente la conversación, mientras que el secretario de Estado, Marco Rubio, asistió por primera vez al diálogo telefónico entre los presidentes. El tema de la seguridad se está negociando en otra mesa, pero no fue algo que se discutió el jueves.

Lo que hizo Trump fue acelerar la reconfiguración de sus cadenas de suministro frente al desafío tecnológico y geopolítico que representa China, donde México, por cercanía, infraestructura y costos laborales, es pieza clave en esa estrategia. Quitar barreras no arancelarias, como lo fueron algunos de los énfasis que presentaron en la conversación, requisitos técnicos, medicinas, certificaciones y reglas de origen, son una forma de engrasar la maquinaria regional mientras negocia con China.

La narrativa del Gobierno fue menos épica que la que reflejaron varios medios. La postergación de los aranceles fue una decisión estratégica de Washington, no un logro de Palacio Nacional. Estados Unidos necesitaba este tiempo para afinar su ofensiva contra el avance tecnológico y comercial de China, y México, como ha sucedido históricamente, es una ficha de cambio. China, sin embargo, está jugando a largo plazo y tiene claro el valor de México como trampolín. Ha invertido miles de millones en fábricas, infraestructura y rutas logísticas para insertarse en el T-MEC sin estar en él, lo que fue motivo de fricciones de Washington desde los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador.

En este contexto, la estrategia mexicana ha sido reactiva. Se ha limitado a tratar de calmar las aguas sin reordenar la política industrial ni imponer límites claros a las inversiones de origen chino. Ante las presiones de Estados Unidos, el gobierno de Sheinbaum ha reforzado los controles aduaneros para frenar importaciones chinas que pudieran violar el T-MEC y colocado cuotas compensatorias antidumping en algunos productos. Y a partir del primero de agosto elevó el gravamen a las plataformas digitales Temu, Shein y AliExpress, del 19 al 35%, además de establecer controles para desalentar el envío masivo de productos de bajo valor.

Pese a ello, no pareciera que el Gobierno mexicano hubiera interiorizado la gravedad del momento que se vive, al quedar en medio de la guerra comercial entre los dos gigantes que se disputan la supremacìa mundial. No se trata solo de inversiones ni de relaciones bilaterales, como a veces da la impresión que piensa Sheinbaum, sino de un reacomodo geoeconómico global donde México podría perder mucho más que el acceso preferencial al mercado estadounidense.

La prórroga es una pausa calculada, que corre de la mano de las negociaciones entre Estados Unidos y China en Estocolmo, que tienen hasta el 12 de agosto para concluir la prórroga que alcanzaron en Ginebra para evitar una guerra comercial. Estos 12 días que faltan para el ultimátum puesto por Trump, son críticos para México, cuyo desenlace está completamente fuera de sus manos.

Una negociación buena con China, podría ser perjudicial para México, porque los márgenes de Trump se incrementarían para presionar a Sheinbaum a otorgar mayores concesiones en múltiples campos. Si por el contrario, fracasa el acuerdo con China, los márgenes mexicanos se ampliarían de manera significativa porque el papel estratégico de México para Estados Unidos, enfrentado a China, cobraría una nueva dimensión.

Hoy, todo es incertidumbre. Puede tener un primer epílogo, pero al mismo tiempo puede que no. Existe la posibilidad que si se acaba el límite para negociar en Estocolmo, Trump decida otorgar una nueva prórroga, con lo cual extendería el desasosiego en México, que seguiría enfrentando las presiones mercuriales de la Casa Blanca, manteniendo al Gobierno en vilo, tratando de adivinar cuáles podrían ser sus siguientes movimientos, para responder, tibiamente, como hasta ahora, cediendo como ha se venido dando, en lo que le llaman la mejor negociación posible.

Raymundo Riva Palacio

Raymundo Riva Palacio es periodista, analista y conferencista especializado en política y economía mexicana. Autor de la columna Estrictamente Personal, es comentarista en radio y televisión, ha sido profesor en la Universidad Iberoamericana y dirige EjeCentral.com.

Una respuesta a “Doce días críticos para México”

  1. Sigue manipulación de la narc0presirvienta, que presume”logro” la prórroga que dio EU, que usó a México en su estrategia contra China, y Trump impone quitar barreras no arancelarias, que desplazan productos mexicanos por los de EU. shitbaum vuelve a dar las nayl0ns

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