En 2024, el 86% de los venezolanos vivían en la pobreza, frente al 51.9% en el 2023. Así lo reporta el Observatorio Venezolano de Finanzas, que además señala que el ingreso familiar promedio ronda los 231 dólares mensuales, insuficientes para cubrir la canasta alimentaria, calculada en 391 dólares.
La pobreza extrema golpea a 3.4 millones de hogares, y la desigualdad es insultante: el 10% más rico percibe unos 633 dólares al mes, mientras el 10% más pobre apenas 12.50 dólares.
De ser uno de los países con mayor PIB per cápita en América Latina, Venezuela se ha convertido en un país empobrecido. Los optimistas culpan al derrumbe de la industria petrolera -incluido el despilfarro de recursos enviando crudo a Cuba durante años-. Pero no es solo eso. Corrupción rampante, pésima gestión económica, controles de precios y de cambio, endeudamiento sin inversión, todo ello desembocó en hiperinflación, desabasto y en una crisis económica, humanitaria y social que asfixia a la mayoría.
La historia se repite: un país en vías de desarrollo, con desigualdades y corrupción, seducido por discursos populistas. Primero los de Chávez, ahora los de Maduro. Los gobiernos venezolanos pasaron de regalar dinero y permitir invasiones de viviendas a convertirse en uno de los países con mayor índice de pobreza del continente.
Por si faltara algo, la inteligencia estadounidense señala que Nicolás Maduro y Diosdado Cabello son jefes del Cártel de los Soles, organización criminal. Washington, incluso, elevó la recompensa por información que lleve a la captura de Maduro a 50 millones de dólares.
El contexto no podría ser más tenso: el despliegue militar estadounidense en el Caribe incluye tres barcos de guerra, un portaaviones, un submarino, más de 4 mil 500 marines y aviones espía P-8. Recursos más que suficientes para operaciones de inteligencia, vigilancia y, llegado el caso, ataques selectivos.
Vale recordar que cuando Trump empezó a señalarlo, Maduro respondió con bravatas del tipo “¡venga por mí, cobarde!” Hoy, ante la amenaza real, ha bajado el tono: “Estimado señor Trump, conversemos con respeto”.
Eso sí, insiste en que se trata de una afrenta contra el pueblo venezolano. Pero no: se equivoca. El asunto es con él y su corte de corruptos, no con la gente que sufre a diario las consecuencias.
Mientras tanto, Trump no ha dicho con claridad si su objetivo es capturar a Maduro, si se trata solo de maniobras de vigilancia o de preparar un golpe selectivo. Y Maduro, lejos de amedrentar, provoca risa. Circulan videos donde se ve a hombres marchando y cantando que esperan a Estados Unidos “con armamento ruso”, o el nombramiento de un embajador octogenario como “general” del ejército bolivariano.
A estas alturas se sabe: son pocos los mandos militares que aún le respaldan y gran parte de la población espera su caída. Basta recordar las elecciones de 2024, en las que perdió… pero se negó a dejar el poder. Que califique la proximidad de las tropas estadounidenses como “inmoral” no produce miedo, sino vergüenza.
Mientras no se sepa si Trump prepara una invasión, la destrucción del Cártel de los Soles o la captura de Maduro y Cabello, lo cierto es que urge cerrar el capítulo del “experimento bolivariano” (con perdón de Simón Bolívar, que seguro se revolvería en su tumba si viera cómo destrozaron su nombre y su ideario).
En ese escenario, sí: ojalá caiga Maduro, y con él renazca la democracia en Venezuela.
Y ojalá también que, aun sosteniendo la política de “no intervención”, la presidenta Claudia Sheinbaum marque distancia con un personaje tan deleznable.
Porque tarde o temprano, Maduro caerá.