Desde el primer día, López Obrador quiso controlarlo todo. El gobierno, el partido, la narrativa, el poder. No le bastaba con ser Presidente: también quería ser patriarca. Jefe máximo de una transformación que no admitiera disidencias ni desviaciones. Por eso nombró a Claudia Sheinbaum como sucesora dócil. Por eso formó a su hijo Andrés López Beltrán como delfín silencioso. Claudia para cuidar el legado. Andy para heredarlo. Le dio poder tras bambalinas. Lo convirtió en operador político, en confidente, en emisario personal. Le abrió paso en Morena, hasta hacerlo secretario de Organización. Lo preparó para sucederlo. Pero ahora, con las derrotas, los escándalos y las bolsas de Prada, el heredero se derrite. Y el sueño dinástico de AMLO también.
Andy falló en su estilo de vida. Su forma de gastar -sin ingresos claros- constituye una afrenta a los principios proclamados por López Obrador. Las imágenes recientes que lo muestran vacacionando en un hotel lujoso en Tokio y saliendo de una tienda Prada con ayudantes que le cargan las bolsas, lo desnudan. Esa ostentación no solo desentona con la cartilla moral que su padre difundió. Manda un mensaje: por el bien de todos, primero los cercanos al poder. Andy ha minado la credibilidad de un proyecto político que saca a 9 millones de la pobreza, pero premia a la famiglia lopezobradorista con riqueza.
Andy falló en honrar el nombre de Andrés. No ha logrado esclarecer ni desvincularse de los múltiples escándalos de corrupción que lo rodean. Investigaciones de Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) han documentado cómo empresas vinculadas a su círculo íntimo -incluidos primos y amigos del colegio- han recibido contratos públicos millonarios sin licitación. MCCI reveló en 2022 que familiares de Andy tenían participación en empresas que simulaban competencia en concursos públicos para repartirse contratos. En otros casos, los domicilios fiscales de las empresas resultaron ser casas particulares o inexistentes. Y hasta ahora, ni Andy ha ofrecido explicaciones, ni la UIF ha actuado con la diligencia que presume contra opositores del gobierno.
Los regímenes altamente personalistas suelen enfrentar dilemas de sucesión. Si el heredero es muy poderoso, se convierte en amenaza; si no tiene una base propia, no puede garantizar la continuidad del régimen. Anne Meng, en Winning the Game of Thrones: Leadership Succession In Modern Autocracies, analiza cómo la ausencia de reglas claras acaba debilitando la estructura contralizada que intentan edificar. López Obrador sí fomentó centralización, pero no construyó institucionalidad. Y ahora, Morena enfrenta exactamente el problema que los autoritarios temen: nadie sabe a ciencia cierta quién manda. ¿Palacio o Palenque?
Y Andy no fue la llama de la 4T sino su sombra más contradictoria. El joven al que su padre quiso encumbrar terminó siendo el símbolo de todo lo que Morena decía combatir: el nepotismo, el derroche, la impunidad. Como Ícaro, voló demasiado alto con alas hechas de privilegio, no de mérito. Se acercó tanto al sol del poder que se quemó. Cayó enredado en escándalos, derrotado por su propia frivolidad, devorado por la ambición propia y la expectativa paterna. Ahora López Obrador mira hacia abajo y ve -sobre el suelo- las alas calcinadas de una apuesta que fracasó.