Generado ya sea por un pleito político interno en Tabasco o uno de dimensiones mayores –ya se verá–, el escándalo en torno de Hernán Bermúdez Requena y de quien lo nombró como secretario de Seguridad de ese estado ha puesto de relieve una verdad innegable: la autodenominada Cuarta Transformación deberá hacerse cargo de sus fallas y omisiones al gobernar el país y no podrá seguir pasando la factura a administraciones anteriores.
Durante seis años y medio, la coalición gobernante se dedicó a gastar el capital político que acumuló durante varios lustros en la oposición. Su crítica sin cuartel al PRIAN hizo que se le otorgara el beneficio de la duda, sobre todo ante la manifiesta incapacidad del antiguo régimen de confrontar la corrupción y la inseguridad. Ese capital se terminó. Los delitos cometidos por Bermúdez Requena, ampliamente descritos en documentos de inteligencia civiles y militares, dilapidaron lo que quedaba. Por primera vez el oficialismo tuvo que dejar de recurrir al pretexto de que las condiciones de inseguridad que heredó en 2018 –y, particularmente, la “guerra de Calderón”– justificaban la falta de resultados de la Cuatroté en ese terreno.
Por razones que aún no quedan claras, la orden de aprehensión contra el exsecretario de Seguridad se conoció hace diez días, de boca del comandante de la 30 Zona Militar con sede en Villahermosa, y no por parte de las autoridades civiles.
La declaración del general Miguel Ángel López Martínez, en una entrevista periodística, hizo blanco inmediato en el exgobernador, exsecretario de Gobernación y líder de los senadores morenistas, Adán Augusto López, quien se esfumó de la escena pública durante varios días hasta que se dejó ver, ayer, en la reunión extraordinaria del Consejo Nacional de Morena, en cuya agenda, entre otros temas, estaba cómo evitar la llegada de indeseables al partido. Algo irónico, dado que el propio Bermúdez Requena aparece en el padrón de sus militantes.
A pesar del silencio casi absoluto que había guardado, resonaban en la llegada de Adán Augusto a la reunión de Morena en el hotel Barceló las palabras que él pronunció el 25 de febrero de 2023. En esa fecha, el entonces secretario de Gobernación –en visita a Ciudad Juárez, Chihuahua– se refirió a la condena de Genaro García Luna, quien cuatro días antes había sido declarado culpable en EU por varios delitos relacionados con el tráfico de drogas. López Hernández sentenció allí que el secretario de Seguridad del entonces presidente Felipe Calderón fue “el ejecutor”, pero que el verdadero culpable fue su jefe, pues “ni modo que quien ocupaba la principal responsabilidad del Estado no estuviese enterado”.
Ante la comparación entre los casos García Luna y Bermúdez Requena, los morenistas no se cansaron de repetir que la diferencia era que en éste no habría complicidad, pero cuando Adán Augusto fue presentado ante la asamblea de consejeros, surgió en la sala un sonoro “¡no estás solo!”.
Luego, en su discurso, la presidenta del partido, Luisa María Alcalde, aseguró que Morena no cobijaría a personas acusadas de delitos, pero acotó que “si existiera alguna duda o señalamiento, que sea la autoridad, sustentada en pruebas, la que resuelva y determine su responsabilidad”. ¿Cómo lograr eso, de forma imparcial, cuando el oficialismo ha ido capturando todas las instancias de decisión en el país? Con la elección judicial, que parece ser el último clavo en la separación de Poderes, ¿qué autoridad competente queda para que, con independencia, se pueda resolver la responsabilidad de López Hernández en los actos cometidos por su subalterno en Tabasco?
No haber dejado vivo un solo contrapeso permite a la Cuatroté gobernar sin ataduras, sí, pero también la condena a que nadie pueda confirmar sus dichos y convalidar sus hechos.
Como digo, el movimiento en el poder ya carga solo con el paquete de la seguridad pública y la lucha contra la corrupción. El papel que hayan jugado los gobiernos anteriores se ha quedado en un pasado muy remoto, y si no se han corregido los saldos de aquellos tiempos, es porque las actuales autoridades no quieren o no pueden. Después de seis años y medio, es claro que el momento de los pretextos ya pasó.