Busqué por WhatsApp al expresidente Peña Nieto el domingo después de leer su mensaje en X en que descalificó contundentemente una nota de la prensa israelí, retomada por la mexicana, que lo muestra como el supuesto beneficiario de un contrato con una firma de aquel país que vendió a México el software Pegasus. Le pedí una entrevista y, para mi sorpresa, aceptó de inmediato. En la entrevista encontré a un tipo echado para adelante.
Dijo que estaba en España y dio las razones de por qué. Fue todavía más categórico en el rechazo a la información surgida del litigio entre dos empresarios israelíes. “Son insinuaciones”, dijo. Aseguró que no conocía a ninguno de los dos ni tenía por qué haberlos conocido y que asignar esos contratos no caía en su ámbito de responsabilidad, ni daba línea en la asignación de licitaciones.
¿Es verdad? No lo sé. Sí sé que lo expresó sin titubeos ante una audiencia numerosa. Y que apuntó a los medios mexicanos que, según él, tergiversaron la nota extranjera. Y que no parecía inquietarle que se abriera una investigación sobre el tema. “Una más, no será la primera”, me frenó. Al concluir pensé en lo distinto que podría ser el tablero político nacional si el Peña Nieto de ayer hubiera atajado personalmente tantas versiones que, durante su gobierno, no sé con qué estrategia, se dejaron pasar, crecer, explotar. Pero eso no ocurrió.