Hay una línea de pensamiento periodístico que propone no creer nunca en lo que digan los personajes públicos, y menos en una entrevista. No la suscribo porque, si asumo que el entrevistado mentirá siempre, ¿para qué lo entrevisto? Tampoco creo que la finalidad instrumental del encuentro sea terminar doblando al entrevistado, incluso con malas artes. Soy más elemental.
Busco que el entrevistado aporte información noticiosa, mientras más, mejor. A veces se consigue, a veces no. Si la esgrima periodística desvela, además, rasgos del alma del entrevistado, mucho mejor.
Digo esto por las críticas tras la entrevista que Manuel Feregrino y yo le hicimos el lunes a Adán Augusto López. Afirmó que, como gobernador de Tabasco, nunca sospechó que su secretario de Seguridad, Hernán Bermúdez, tuviera nexos con un grupo criminal, que escuchó eso siendo ya secretario de Gobernación.
Fue un error nuestro no preguntarle qué hizo en Gobernación para atajar a Bermúdez. Error que ni siquiera la velocidad de la entrevista radiofónica en vivo justifica. Como sea: eso dijo Adán Augusto ante una audiencia numerosa. Quedó el registro. ¿Mintió? Toca ahora (nos toca ahora) documentar si lo dicho fue falso. Toca al reporteo, no al acto de fe, no al “no te creo porque, como siempre mientes, jamás te voy a creer”.
No se trata de generar un conflicto o agredir al entrevistado, pero ustedes podrían entrevistar a hitler, mientras invade Polonia y es muy probable que le crean que es un hombre de paz. Su nivel de exigencia periodística es inexistente.