¿Es más oscuro este momento que 1986 después de Chihuahua, que 1988 después de los asesinatos de Ovando y Gil y el indiscutible fraude electoral? ¿Más duro que el arrasador triunfo del PRI en 1991, cuando Fidel Velázquez exclamó que Salinas se merecía la reelección, el PRI tenía mayoría para reelegirlo y el naciente PRD parecía condenado a la extinción? ¿Más grave que aquel país en que 600 perredistas fueron ejecutados en seis años?
A juzgar por la forma en que tantas mentes brillantes están entonando el réquiem del entierro de la democracia mexicana y resonando el arribo de la tiranía, lo es.
“Que no nos engañen, nuestra joven democracia ha sido asesinada”, escribe el expresidente Zedillo en un ensayo con una repercusión impensable en otras épocas. Y así un buen número de artículos y ensayos, las portadas de las ediciones de julio de Nexos y Letras Libres, la misa de muertos en que se va convirtiendo el discurso ante los avances, excesos y trapacerías de la 4T.
Debo estar equivocado, pero en lugar de una catástrofe veo la derrota de un proyecto político que abre el espacio a un nuevo tiempo de la vida pública de México, en donde nada puede darse por sentado, ni el tránsito de la democracia a la tiranía. Un futuro con desafíos formidables, como los que conocimos, registramos y contamos entre 1988 y 2025.