Desde el quehacer periodístico, mi interés no está en debatir si la llamada transición democrática 1997-2024 ha muerto y hay que entonarle un réquiem. Aprecio la crítica de Héctor Aguilar Camín sobre lo que publiqué aquí el 3 de julio (El réquiem: Zedillo, Nexos, Letras Libres), pero sigo cuestionando el determinismo con el que afirma que el nuevo régimen autocrático “está sentado en un asiento que no podremos cambiar en mucho tiempo”. ¿Cuánto es mucho tiempo? Quizá Héctor esté en lo cierto y mi perspectiva esté topada por “mi ceguera analítica” que sólo observa lo impredecible y azaroso de la vida política de todos los días. Aun así creo que en este nuevo tiempo nada puede darse por sentado: ni el tránsito de la democracia a una larga tiranía. Pero, a fin de cuentas, ¿qué importa quién tenga la razón en el debate? Lo importante, y Héctor lo anota, es lo que sigue. Y lo que sigue, desde mi entendimiento del periodismo, será tratar de registrar y contar lo que ocurra de la mejor manera posible. El registro diario de la información me ha permitido atestiguar y contar el avance de exitosos movimientos de resistencia en circunstancias no menos oscuras que la actual; movimientos que abrieron en parte la senda de la transición 1997-2024. Registrar y contar lo que va pasando, sin dar nada por sentado.