Trump sí es capaz de emprender aventuras bélicas. Trump ya intervino militarmente en el extranjero sin el consentimiento de su Congreso. El vicepresidente Vance hizo ayer este discernimiento: “No estamos en guerra con Irán, estamos en guerra con su programa nuclear”. La analogía se torna inevitable: un día Washington podría no estar en guerra con México, pero sí con los “cárteles terroristas de la droga” en suelo mexicano; con los cárteles y los políticos que los han protegido y vitaminado. Trump dio la noticia del ataque de la aviación estadunidense a tres centrales nucleares iraníes, no como un inicio, sino como la consumación exitosa de la destrucción de las centrales (veremos si es verdad); su fuerza aérea habría actuado con velocidad extraordinaria y disipado antes de que alguien pudiera hacer algo para impedirlo: no requirió de estorbosos mediadores. A Trump, además, parecen tenerle sin cuidado las consecuencias del ataque y lo que el mundo diga: él es el comandante en jefe de la fuerza militar más poderosa del planeta y la historia. Ante esa falta de límites, mejor entonces la diplomacia de la cabeza fría, la negociación y el acuerdo. Aun a cambio de nada.