La elección judicial del 13 por ciento y la arremetida violenta de la CNTE son dos síntomas de la misma enfermedad agudizada en junio. En apariencia funcionan como mecanismos de legitimidad pero a la vez son expresiones de daños autoinmunes que atacan el tejido de un régimen que no acaba de constituirse y que acude cada vez más a los pedazos sueltos del viejo sistema para supuestamente regenerarse, pero que comienza a ocurrirle todo lo contrario.

Los votos judiciales costaron mucho trabajo. Un empleo a fondo de una estructura de gobierno y la movilización disminuida de un partido consumaron una elección cuestionada. En realidad, la carreta del aparato burocrático jalaba las piezas rechinantes del partido. Pocos votos para tanta alharaca, muchos para la postrada maquinaria.

Se trata de la constitución de un nuevo Poder Judicial bajo el argumento de que había que sustituir algo podrido. Para el tamaño de esa hazaña, un 13 por ciento de la ciudadanía es una pieza testimonial del deseo, no la contundencia del convencimiento del cambio.

La forma es fondo. Una elección inducida, dictada, deletreada, escrita de antemano. El pretendido ejercicio democrático resultó una disciplinada acción de maquinaria. Lo que se suponía como una acción regeneradora, renovadora de la convivencia y constructora de nuevas instituciones, inoculó un nocivo procedimiento donde muchos, con el acordeón vivo, acudirán ante sus electos para reclamar, tengan o no razón, que votaron por el juez esperando reciprocidad.

Las “células sanas de la democracia” son invadidas por las peores expresiones del clientelismo y la corrupción electoral. La enfermedad autoinmune condiciona y crece y pone contra la pared al Poder Judicial del acordeón.

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La conexión entre esa mayoría silenciosa, apodada como 87 por ciento, con la estridencia de la CNTE aunque sinuosa es definitoria. La violencia de los maestros disidentes genera cohesión alrededor de un gobierno víctima de la incomprensión. Te ofrezco diálogo y tomas el Aeropuerto, secuestras carros, bloqueas avenidas, destrozas oficinas.

La 4T -según pregona el folleto oficial- llegó al poder sin romper un solo vidrio. Pero la CNTE levanta una montaña con sus añicos proviniendo del mismo afluente.

Las luchas magisteriales históricas constituyeron una fuerza fundamental de las corrientes políticas y sociales de la izquierda. Con una sutil diferencia: los maestros que antaño dirigían estaban en las aulas y su peor castigo, antes que la cárcel, era sacarlos de las escuelas. A un líder como Othón Salazar le pesó más que el gobierno y el SNTE le prohibieran dar clases, que haberlo encarcelado. En los movimientos magisteriales de otros tiempos en su reclamo salarial ataban la bandera pedagógica.

La CNTE de hoy es una amalgama de grupos de chantaje y extorsión, de fuerzas políticas ancladas en comunidades pobres vinculadas con denominadas policías comunitarias convertidas en auténticos grupos de choque, y fuerzas fundamentalistas y dogmáticas que se convirtieron en bloques parasitarios de la 4T. En el sexenio anterior, esos maestros fueron remolcados por charlatanes que convirtieron a los libros de texto en pasquines y les hicieron partícipes de una quimera. En este sexenio los “maestros” no se sienten convidados de la fiesta de la “transformación”.

La denominada 4T no hizo el deslinde de las formas antidemocráticas y fundamentalistas de la CNTE. Arropó su chantaje y su depredación. Y a la vez sumó a su causa el viejo corporativismo del SNTE. Debajo de su alarde de transformación, reconstituyó un sistema educativo alejado de las auténticas necesidades de los estudiantes, apostando al control político del magisterio y abandonando propósitos renovadores de la pedagogía y la ciencia. Paga caro.

La CNTE provoca también el daño autoinmune. Si ya saben cómo soy para que me invitan. Dos síntomas de la misma afección, la mayoría silenciosa y estupefacta del 1 de junio y el puñado rijoso y desbocado de la CNTE. ¿Cuál será la medicina?

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