La hemorragia comenzó silenciosa, imperceptible para el ciudadano promedio. Un día eran rumores. Al siguiente, corridas bancarias. La siguiente víctima, nos dicen, será CIBanco. Y en la línea de fuego están Intercam, Vector, y quién sabe cuántas más. No son cuentos de horror financiero ni malos sueños de algún regulador paranoico: son realidades que se arrastran desde hace años, maquilladas en balances y cubiertas con presentaciones en PowerPoint.
El sistema financiero mexicano está en terapia intensiva. Y sus cirujanos de cabecera, con el pulso tembloroso.
Aparentemente, la FinCEN —esa que no necesita pedirle permiso a nadie para hacer temblar carteras— encontró la joya de la corona: pitufeo. Structuring, como le llaman los gringos para disfrazar de sofisticación una vulgar técnica de lavado. Dividir, ocultar, repartir, transferir. Y detrás, el peor cliente posible: el narco. Y aún más atrás, China. Con nombre y apellido: precursores químicos para fabricar fentanilo. Y para cerrar el círculo del terror, Donald Trump. Todo en una sola línea de tiempo.
¿Exageramos? Ojalá.
La CNBV, de Jesús de la Fuente, no tiene margen de error. Lo que está en juego no es una institución, sino la confianza en el sistema. No se trata sólo de CIBanco, Intercam o Vector. Es el principio de contagio. El virus ya está en el aire. Y si se expande, ni todas las conferencias de Palacio Nacional ni los spots de la 4T van a poder contener el pánico.
Nos dicen que ya se acercaron los abogados caros, los de acento tejano y facturas en dólares. Que se preparan las defensas, que se ensayan discursos y estrategias de contención. Pero la FinCEN ya no manda señales: ejecuta. Y ejecuta con precisión quirúrgica. Sanciones, cancelación de visas, posibles procesos penales. Un parteaguas.
La pregunta incómoda: ¿cuántas más sabían y callaron? ¿Qué tan profundo es el hoyo? Porque en este tipo de historias, siempre hay cómplices. Activos, pasivos o simplemente inútiles.
Y mientras todo eso ocurre, la CNBV debe decidir si opera como regulador o como cómplice por omisión. Porque en este momento no basta con revisar expedientes. Hay que cortar a tiempo para evitar la gangrena.
Al final, como en los quirófanos, no hay espacio para el error. Pero sí para los errores acumulados durante años.
Que no digan que no sabían.
Que no digan que no olía raro.
Porque ahora, el bisturí no lo tienen ellos.
Lo tiene FinCEN. Y sin anestesia.