Al menos en las formas, el golpe a la democracia está consumado. Con una escandalosa minoría menor al 5 por ciento de los votantes que acudieron a las urnas, el gobierno de la Cuarta Transformación consumó su asalto para instalar la autocracia en México. El Poder Judicial -en los hechos- ya le pertenece al partido en el poder. O para ser más precisos, a Andrés Manuel López Obrador, quien con su reaparición de ayer acabó por “robarse” la elección. Su presencia en una casilla en Palenque fue lo más relevante del día.
Sí, hablamos del mismo líder moral de Morena, quien en sus seis años de gobierno jamás guardó silencio en sus mañaneras y que ayer domingo 1 de junio, después de ocho largos meses de absoluto silencio, -aun cuando desde Washington se le acusó de tener ligas con el narcotráfico- reapareció para darle su sello de autoría a este asalto al poder.
Ya pueden respirar tranquilos el presidente Andrés Manuel López Obrador y su círculo íntimo de cómplices -hijos incluidos- que hicieron del huachicol fiscal, de la fabricación de fentanilo, de sus complicidades con el crimen organizado, del saqueo abierto a las obras insignia como el AIFA, el Tren Maya y Dos Bocas, no sólo su escalada de poder en favor de Morena, sino del abultamiento de sus chequeras y de la entrega de nuestro país al crimen organizado.
Los jueces ya les pertenecen y, por el momento -sólo por el momento- pueden dormir tranquilos. Al menos en México su impunidad está temporalmente garantizada. Por eso les urgía apoderarse de jueces, magistrados y ministros de la Corte. Porque bajo el régimen judicial anterior, en cualquier momento se les podría llamar al banquillo de los acusados para rendir cuentas por el saqueo más impune del que se tenga memoria en la historia del México moderno.
El mayor contingente humano de ayer no se vio en las urnas, sino en Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, y en algunas otras capitales estatales, en donde miles de ciudadanos mexicanos marcharon en contra de este asalto a la justicia. Nadie los convocó, fue una reacción espontánea frente a la impotencia de no poder frenar el asalto para instalarnos en el autoritarismo. El contraste era evidente. Casillas vacías, calles llenas. Pero no es suficiente.
En la legalidad, con los escasos votos emitidos ayer domingo 1 de junio, el INE manejado por la morenista Guadalupe Taddei -a quien no le parecieron ilegales los “acordeones” que le dictaban a los electores por quién votar- tiene todas las facultades para legitimar la farsa orquestada por la comparsa de al menos 22 gobernadores morenistas y sus cómplices naranjas, verdes y petistas, que acarrearon lo poco que pudieron.
Jamás conoceremos las cifras ciertas. Los votos, las urnas, las actas no fueron contadas por los ciudadanos frente a los ciudadanos en las casillas. Se llevaron a resguardo con la vigilancia de quién sabe quién, para reportar quién sabe qué cifras, que nadie podrá objetar porque nadie vigiló el conteo. Lo “oscurito” es siempre el sello de la casa en esta Cuarta Transformación.
Funcionaron los acuerdos que se dieron el lunes 12 de mayo en los sótanos de la Secretaría de Gobernación entre el ex presidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum. Y tal como lo revelamos aquí, en exclusiva en Código Magenta, el jueves 29 de mayo, más de dos horas a bordo de una camioneta con cristales polarizados fueron suficientes para que el ex presidente sacudiera a la inquilina de Palacio Nacional exigiéndole su irrestricta lealtad. Cinco días después de aquella revelación y 1 millón de visitas en redes sociales ninguno de los dos involucrados desmiente ese encuentro. Mucho menos dan pormenores.
Quizás, por ello, en su reaparición de ayer en su casilla de Palenque, el ex presidente Andrés Manuel López Obrador llamó a su sucesora Claudia Sheinbaum “la mejor presidenta del mundo”. No faltaba más, si cree que está a sus pies, en “lo oscurito”, escondida tras los cristales polarizados, intentando que cumpla al pie de la letra el guion que le marcó al salir, sólo así puede comprometerla. Acreditar a sus amigos los militares, desacreditar a Omar García Harfuch.
Pero para aquellos que crean que ya se dio la última palabra en la elección del Poder Judicial, podrían estar muy equivocados. La disputa apenas empieza. El desaire en las urnas fue la evidencia del desprecio ciudadano por esta elección de Estado. Las consecuencias se verán en las próximas semanas, en los terrenos de los litigios nacionales e internacionales. Que nadie cante victoria.
Y, por cierto, una pregunta curiosa al aire: ¿A qué cuenta le vamos a abonar el pago del chantaje de 800 millones de pesos que la presidenta Claudia Sheinbaum les pagó a los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación para que no le boicotearan la elección? ¿O esos 800 millones también salieron de los negocios ilícitos del huachicol fiscal?