El cerco de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación, la mañana del miércoles, impidió la entrada a Palacio Nacional de reporteros y personal de Comunicación Social de la Presidencia.
A raíz de esto, se tomó una decisión negativa para la imagen del Estado mexicano: que la presidenta Claudia Sheinbaum apareciera en televisión prácticamente sola, en el amplio Salón Tesorería –donde se realizan sus conferencias matutinas–, sin público y acompañada sólo por el general Gustavo Vallejo, quien comanda el Agrupamiento de Ingenieros “Felipe Ángeles”.
Cuando el militar se levantó a hablar sobre la construcción de trenes, la única silla que había sobre la tarima se quedó vacía, pronunciando la desolación del lugar.
Si las circunstancias habían provocado un cambio de formato en la conferencia matutina, hubiera sido mejor que la mandataria la encabezara desde su despacho, donde se le habría podido ver en su lugar de trabajo, rodeada de documentos, y sentada en la emblemática silla presidencial. No había necesidad de exponerla en un entorno de soledad, como se hizo.
Ese cerco en Palacio Nacional no tendría por qué haber ocurrido. En las últimas décadas ha habido innumerables manifestaciones en el Zócalo, pero es la primera vez, que yo recuerde, que una obliga a cambiar la agenda presidencial.
Hay instancias del gobierno que tendrían que haber estado pendientes de que eso no sucediera. De entrada, las secretarías de Educación y Gobernación. Pero, además, las áreas de inteligencia debieron haber previsto que podría darse una situación así y anticiparse a los hechos. Tendría que haber habido un plan de contingencia para que la Presidenta no quedara atrapada y aislada en Palacio Nacional.
A menos, claro, que ése haya sido el plan: que la parte del oficialismo que está más atenta a lo que se dice en Palenque la dejara a su suerte de forma deliberada. Si ese fue el caso, estamos hablando de otra cosa, de un sabotaje interno.
Ayer, ya de forma muy tardía, se desplegó a los granaderos en el perímetro del Palacio Nacional. Eso también es contraproducente, porque se trata de una medida reactiva. En todo caso, dicho operativo debió implementarse el día anterior, antes de que la Coordinadora bloqueara los accesos.
En la historia hay un acontecimiento que vale la pena recordar: durante el primer semestre del sexenio de Lázaro Cárdenas, el país fue presa de la agitación de los sindicatos. Se trataba de una medida deliberada, provocada por el llamado jefe máximo de la Revolución, Plutarco Elías Calles, para ponerle un yugo al Presidente. La situación se exacerbó con unas declaraciones que aquél envió a los periódicos –Excélsior, entre ellos– y que se publicaron el 11 de junio de 1935.
Lo que hizo Cárdenas fue pedir la renuncia a todos sus colaboradores, buena parte de los cuales había sido impuesta por Calles, y nombrara un gabinete nuevo, así como a un nuevo dirigente del partido del gobierno (antes, se había asegurado de contar con la lealtad del Ejército). Fue un golpe de mano para mostrar quién mandaba. El próximo 14 de junio, se cumplirán 90 años de aquel hecho.
Hasta ese momento, Cárdenas no había roto con Calles. Lo haría diez meses después, cuando mandó que sacaran al expresidente de su casa, todavía en pijama, y lo subieran a un avión con destino a Brownsville, Texas. Si Calles hubiera entendido el primer mensaje, con el cambio del gabinete, quizá se habría ahorrado el exilio.
La presidenta Sheinbaum no tendría por qué ser la interlocutora de la CNTE.
Una reunión con ella debiera ser un último recurso. La mandataria necesita un equipo que ataje problemas. Uno propio, no heredado. También, contar con líderes parlamentarios que no le metan el pie.
En una de esas, aprovechando la efeméride, junio pudiera gustarle para desprenderse de aquellos que sólo le están estorbando.