El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, secretaria particular y asesor de la jefa de Gobierno capitalina Clara Brugada, trasciende las crónicas de inseguridad que se viven cotidianamente en todo el país. Fue una ejecución de dos personas de la mayor confianza y cercanía con la jefa de Gobierno, a plena luz del día, frente a una de las estaciones del metro más transitadas de la ciudad y ejecutada con facilidad y total impunidad. Fue una ejecución, un mensaje y una demostración de poder del grupo criminal que la perpetró.
Se ha insistido en que este hecho tiene similitudes con el atentado que sufrió Omar García Harfuch cuando era secretario de seguridad capitalino. La única similitud es que fueron agresiones contra funcionarios de la ciudad, pero nada tienen en común: Omar era un funcionario de seguridad que estaba dando fuertes golpes al crimen en la capital del país, golpes con trascendencia nacional; había un interés marcado de esos grupos de tomar represalias; el atentado movilizó a un grupo muy numeroso de sicarios; fue una emboscada en toda la línea. En el caso de Ximena y José, no estaban involucrados en tareas importantes de seguridad, eran, sí, muy cercanos a Clara Brugada desde hace años, porque eran parte de sus áreas operativas personales. No hubo un comando, sino un tirador profesional que no desperdició un solo tiro de la carga de su pistola y que tuvo la paciencia, con la seguridad de que allí llegarían sus víctimas, de esperarlos durante 20 minutos apoyado en un poste. No había seguridad alguna que los protegiera.
En realidad, fue un atentado muy similar a muchos otros que se han dado en los últimos tiempos en la ciudad y si queremos buscar algún antecedente, fue mucho más parecido al afortunadamente fallido atentado contra Ciro Gómez Leyva que a aquél que sufrió García Harfuch.
Ximena y José no fueron asesinados por lo que hacían, sino porque con ello transmitieron un mensaje directo a la jefa de Gobierno. Ella misma lo dejó entrever cuando dijo, en una muy emotiva –estaba visiblemente afectada– conferencia de prensa, que continuará con la lucha contra los grupos criminales.
Algo viene sucediendo en la ciudad. Desde hace semanas se han recrudecido los asesinatos sin explicación, los ajustes de cuentas, los golpes y contragolpes entre y contra los grupos criminales. Pero lo más evidente de todo esto es que quien haya ordenado este doble asesinato sabía dónde y cómo estaba golpeando. Y golpeó el corazón de la administración y, sobre todo, de la jefa de Gobierno.
Quién sabe si sabremos el móvil, aunque se termine deteniendo a los responsables materiales, pero se pueden aventurar varias hipótesis. Creo que una de ellas es que existen espacios donde los grupos criminales han penetrado en la administración capitalina y están cobrando de una u otra forma (y ésta es una de las formas de hacerlo) las deudas pendientes.
La administración de Clara Brugada es bastante desorganizada, también lo fue la gestión de Clara en Iztapalapa, y pareciera que no tiene todos los hilos de control de la ciudad en sus manos. En ese espacio de desorganización, causado por múltiples factores, incluyendo la distancia del gobierno capitalino con el federal, pocos son los funcionarios con interlocución con sectores y personajes ajenos al propio gobierno. Uno de esos pocos era la víctima, Ximena Guzmán: el golpe en su contra es directo contra de la propia Clara Brugada.
Los autores intelectuales del asesinato pueden ser muchos porque el crimen tiene diferentes dimensiones en la ciudad, desde el asentamiento de las grandes organizaciones criminales hasta el narcomenudeo, desde el manejo del comercio ambulante hasta la extorsión, desde la basura hasta el despojo de viviendas. En todos esos ámbitos, y en muchos más, hoy parecieran existir conflictos importantes con las autoridades capitalinas que, al igual que la federal, pero en forma mucho más evidente, adolece de la ausencia de una narrativa que indique con claridad hacia dónde va la ciudad y cómo se engarza todo lo que se hace, lo que falta y lo que no se hace, en una lógica común. Eso dificultará, más allá de la identificación probable de los autores materiales, la de los responsables intelectuales y los móviles del crimen.
Lo que sucede, además, es que un crimen de estas características, con tanta impunidad y ejecutado con tanta facilidad, pone en entredicho cualquier avance que se pueda presumir en el ámbito de la seguridad, en el plano local y federal. Si la seguridad es un tema de percepción, la que queda es que cualquiera puede ser atacado, que la ciudad no puede proteger a sus funcionarios más importantes y que el gobierno es débil y vulnerable. Si fueran hechos aislados se podría tener otra lectura, pero cuando esos asesinatos se enmarcan en una coyuntura donde terminan siendo asumidos como una suerte de normalidad, el derrumbe de las percepciones es inevitable.
Me temo que en el gobierno federal (y mucho más en el capitalino, recordando que la relación entre ambos está lejos de ser la mejor) se tiene que comenzar a comprender que vienen tiempos de dar una vuelta de tuerca, de mirar la realidad con otros ojos y de construir una narrativa que muestre un camino a seguir que vaya mucho más allá de la simple construcción de un segundo piso que no sabemos a dónde quiere llegar.