En la antesala de la sucesión presidencial, los generales y almirantes del sexenio obradorista buscaron acomodo. No en los cuarteles, sino en embajadas. Washington, para ser precisos. Como si la diplomacia fuera un retiro merecido después del fracaso.
Luis Crescencio Sandoval y Rafael Ojeda Durán, titulares de la Sedena y la Marina, respectivamente, quisieron quedarse. Y no por amor al uniforme, sino por temor al retiro. El problema es que ya no caben en la narrativa de Claudia Sheinbaum, cuya política de seguridad, aunque heredera de la 4T, necesita otro rostro. Uno menos chamuscado por los incendios del sexenio.
Sandoval apostó por sus contactos en el Pentágono, olvidando que esos compadres no votan ni en México ni en la ONU. Ojeda, más audaz, se movió entre diplomáticos y empresarios gringos promoviendo su última joya: el Corredor Interoceánico. Hasta que su buque chocó. Literal. El Cuauhtémoc estampado contra el Puente de Brooklyn es metáfora y desastre. Porque la Marina también encalló.
Dicen que los responsables del bochorno naval tienen apellido Farias Laguna. Sobrinos del propio Ojeda. Familiares en posiciones clave. Como en los viejos tiempos, los mismos de siempre.
Pero lo más grave es que el golpe vino justo cuando Donald Trump, ese viejo zorro del pantano, designó a un exboina verde como embajador en México. Ronald Johnson, espía de carrera, entregó cartas credenciales mientras el buque tricolor hacía agua en Nueva York. El mensaje no necesita traducción: allá mandan soldados, acá mandamos… estrellones.
Ojeda aún tiene fe. Apostó a la salida de Esteban Moctezuma, en caso de que fracase en el Capitolio su operación para frenar el impuesto a las remesas. Pero los bancos estadounidenses, aunque discretos, ya avisaron: no les gusta que les metan la mano al bolsillo. Menos si es con razones nacionalistas.
Si Moctezuma cae, Ojeda se sube. Esa es la ecuación. Y en eso confía la vieja guardia uniformada. Que el derrumbe de uno abra espacio para otro. Como si en diplomacia no existiera la memoria.
Sheinbaum, mientras tanto, toma nota. Le basta con mirar el Puente de Brooklyn para entender que los símbolos pesan. Un buque insignia hecho trizas. Un general desactivado. Un almirante encallado. Y el elefante blanco del Tren Maya todavía sin llegar.
La 4T prometió que no habría repetidores. Ni en lo civil ni en lo militar. Pero algunos no entienden que el final llegó. Y que la historia, a veces, también sabe escribir con letras de hierro… o con puentes rotos.