La Iglesia católica tiene unos mil 200 millones de fieles en el mundo y, si el nuevo Papa se elige en cinco rondas de votación, como ocurrió con Francisco y antes con Benedicto, hoy habrá un nuevo obispo de Roma, el 267 en la larga historia del catolicismo.
Minimizando el poder político de la Iglesia, Stalin preguntaba “¿cuántas divisiones (militares) tiene el Papa?”. Se equivocaba, el Vaticano no necesita cuerpos militares, sino movilizar su influencia para participar en la política global. El mejor ejemplo lo dio, en ese sentido, Juan Pablo II, cuya alianza con Margaret Thatcher y Ronald Reagan fue clave para la caída del muro de Berlín y el colapso del campo socialista en Europa del Este. Francisco fue un incordio para muchos gobiernos conservadores y en Estados Unidos, en el ámbito MAGA, tuvo a muchos de sus principales oponentes. No necesitan grandes proclamas, uno u otro lo hacían con gestos, con decisiones puntuales que apuntalaban sus políticas.
Tengo la impresión de que la Iglesia tendrá que elegir entre un Juan Pablo II y un Francisco, y más probablemente optará por un perfil que tenga algo de ambos. Hay 133 cardenales de 70 países y cualquiera podría ser el próximo Papa, pero hay un pequeño grupo que los especialistas coinciden en que son los favoritos.
En la misa previa al inicio del cónclave llamó profundamente la atención que Giovanni Battista Re, el decano de los cardenales, que no participará en el cónclave porque tiene más de 80 años, no haya mencionado a Francisco (algo inédito y desconcertante) y que, terminando su intervención, haya abrazado deseándole suerte a Pietro Parolin, el secretario de Estado durante todo el periodo de Francisco y quien dirigirá el cónclave.
Parolin es quizás el más representativo de esa mezcla entre Juan Pablo II y Francisco que se puede encontrar entre los favoritos del cónclave. Encarna la continuidad y la estabilidad. Fue clave en algo que era de máximo interés para Francisco, el acercamiento a China, pero tiene un estilo muy diferente a su antecesor, es menos pastoral y más diplomático. Podría ser un candidato de compromiso entre la Curia y algunos sectores no tan conservadores, con progresistas moderados. Es un especialista en el manejo de las finanzas y tuvo experiencia en México, Nigeria y Venezuela.
Para muchos, el gran favorito es el filipino Luis Antonio Tagle, que podría generar consenso entre los cardenales de Asia y África. Es un hombre que fue cercano a Francisco, con alta sensibilidad pastoral, que conoce bien el Vaticano, es carismático y popular. En su contra está el haber tenido una muy mala gestión financiera al frente de la principal instancia social de la Iglesia, Cáritas.
El favorito de los progresistas es el italiano Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia con talento político y muy cercano al énfasis de Francisco en las personas más vulnerables. La prensa italiana le suele decir el Francisco italiano y aseguran que si éste hubiera podido elegir un sucesor sería Zuppi, un hombre que está vinculado a la Comunidad de San Egidio, un grupo de seglares católicos especializado en atención a migrantes y resolución de conflictos internacionales.
Llamó profundamente la atención que, concluido el funeral de Francisco, en Roma, el presidente francés Emmanuel Macron se reuniera con todos los cardenales de su país para cenar. Se especuló que podría ser un intento de unificar el voto de todos ellos en torno a un aspirante: Jean-Marc Aveline, el arzobispo de Marsella, que posee una alta sensibilidad, sobre todo en temas migratorios: es hijo de una pareja de franceses nacidos en el norte de África que regresaron a Francia tras la independencia de Argelia. Ha ejercido su apostolado casi siempre en ese puerto francés paradigmático en la convivencia y las luchas entre culturas diversas.
Pierbattista Pizzaballa tiene “apenas” 60 años y su edad lo descalificaría porque el suyo podría ser un papado muy largo (dicen los especialistas que la edad ideal que buscan para el nuevo Pontífice tendría que girar en torno a los 70 años) y es considerado demasiado joven. Pero tiene una experiencia diplomática notable en Israel gestionando, en nombre de Francisco, el conflicto político, militar y humanitario más delicado del planeta. Es el Patriarca latino de Jerusalén, es decir, la máxima autoridad católica en Tierra Santa. Su apellido traducido al español quiere decir “pizza que baila”.
Si habrá un Papa negro y africano ése será casi con seguridad Peter Kodwo Appiah Turkson, de Ghana, considerado como uno de los líderes más influyentes de la Iglesia católica en África, donde el catolicismo crece con mayor velocidad que en cualquier otra parte del mundo. Desde el 2003 se convirtió en el primer cardenal de Ghana por decisión de Juan Pablo II y, en 2009, Benedicto XVI le nombró presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Francisco fusionó en el 2016 esa instancia con otras tres para crear el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, bajo el mando Turkson que renunció en el 2021, por diferencias, se asegura, con Francisco. El mayor problema de los cardenales africanos es el tema de género y el del sida. Turkson no es de los más radicales, pero, sin duda, es de un ala conservadora en ese capítulo.
Se dice que los que entran como candidatos al cónclave salen como cardenales, o sea, que no terminan siendo elegidos. Puede ser, pero todo indica que, en esta ocasión, con muchos cardenales nuevos y de distintas partes del mundo, la elección tendrá que ser en torno a alguno de los más conocidos en la larga lucha entre conservadores y renovadores de la Iglesia.