Atentos como estamos a la inseguridad, a los juegos políticos de la Casa Blanca, a las vicisitudes de la familia de El Chapo Guzmán, sus aliados y enemigos, no terminamos de poner la atención que merecen varios temas en los que el deterioro es evidente.
Dicen que son tres los elementos decisivos para que la gente pueda vivir con tranquilidad y construir un futuro: salud, educación y seguridad. En los tres niveles, la pasada administración dejó el país en una situación crítica. Ya sería redundante seguir insistiendo en el desastre de la seguridad en que dejó el país López Obrador.
Quizás el daño sólo se puede comparar en términos de salud. Desde la carencia de medicinas hasta la desaparición del Seguro Popular, su reemplazo por el Insabi y luego por el IMSS-Bienestar, la catástrofe operativa en la que se convirtió aquél, el desabasto de medicinas, la megafarmacia, la gestión de la pandemia por parte de López-Gatell con el saldo de más de 700 mil muertes, según el Inegi (el doble de los reportados por la Secretaría de Salud, más de 800 mil, según la comisión independiente).
De la educación se habla menos, pero los programas educativos, la llamada Nueva Escuela Mexicana, los nuevos libros de texto, el abandono en la profesionalización de maestros, rezagarán por años la educación de niños y jóvenes, ya lo veremos cuando se vuelvan a conocer los resultados de las pruebas PISA, que suspendió López Obrador.
Hace ya muchos años, en 2012, publicamos un libro, e hicimos un documental, con Bibiana Belsasso, que se llamó La élite y la raza (Taurus 2012) y allí adelantábamos lo que sucedería de imponerse estas políticas, ya en debate desde entonces.
En La élite y la raza escribíamos con Bibiana que una de las dos grandes amenazas para la educación pública (la otra era la creciente privatización de la educación) “es lo que podríamos llamar la ideologización de la pobreza y, de la mano con ella, la de la propia educación. La CNTE escenifica perfectamente esa lógica de mantener la educación como rehén de la lucha por el poder”. Es la política que se impuso, pero avalada ahora también por el SNTE.
En este discurso político decíamos entonces y ratificamos ahora, “no hay nada que se acerque a la educación. No es el tema ni el objetivo: en todo caso, es la coartada más o menos eficaz para una lucha política que tiene que ver con las opciones más radicales… Los que están privatizando la educación son esos mismos grupos: ¿qué puede ser más privatizador que exigir que las plazas del sector público sean patrimonio de una persona, que la pueda vender o heredar como un bien personal, privado?, ¿qué privatiza más la enseñanza que la irresponsabilidad de dirigentes magisteriales que se toman más días para marchar, manifestarse, hacer plantones o bloquear calles que para dar clases?, ¿qué impulsará más a una familia a enviar a sus hijos a una escuela privada que el hecho de que sus hijos encuentren una y otra vez la escuela pública cerrada y a sus maestros en la calle?
“Estos grupos son los verdaderos impulsores de la privatización de la educación y quienes quieren regresar, a como dé lugar, al viejo sistema político, económico y magisterial. Son los más conservadores, los más reaccionarios, del escenario político nacional”. Es ideología, no educación, son ocurrencias, no pedagogía.
Gilberto Guevara Niebla, el exsubsecretario de Educación Pública al inicio del pasado sexenio, exlíder del 68 y verdadero experto en temas educativos, decía en su libro La regresión educativa (Grijalbo, 2022) que “la educación de México experimenta un retroceso. El gobierno federal actual eliminó la reforma educativa de 2013, pero no produjo un nuevo proyecto; en cambio, puso en práctica políticas que dañan la oferta educativa. El presidente volvió la espalda a la educación persiguiendo un objetivo político, en el sentido populista, mezquino, del término”. Y vivimos una enorme paradoja: el gobierno federal terminó aplicando la política educativa de la CNTE, apoyado políticamente en un SNTE que simplemente se ha reacomodado a las posiciones del poder.
Es la ideologización de la pobreza y, de la mano con ella, la de la propia educación. Se ha creado un monstruo que, paradójicamente, cuanto más hunde al Estado y a su educación, más poderoso se hace. El único interés es el propio, en el SNTE, la CNTE y el gobierno.
Escribíamos en aquel libro que “no se recuerda un año sin que los líderes de la Coordinadora no hayan ordenado tomar la ciudad de Oaxaca o las calles de Morelia, donde no hayan bloqueado espacios públicos en la Ciudad de México, donde no hayan planteado un pliego petitorio imposible de cumplir y, finalmente, no hayan terminado recibiendo dinero y posiciones políticas o de poder de los gobiernos o, incluso, de los opositores coyunturales de éstos… a esos líderes no les interesa ni la infraestructura escolar ni los desayunos, tampoco los útiles o las becas, salvo que les den a ellos el recurso de esos programas para manejarlo. Quieren dinero y por eso piden cosas que saben que no lograrán para quedarse con lo más posible en la negociación, mientras ahorcan al resto de la sociedad en los lugares donde controlan la educación”.
Se ha renunciado a mejorar la educación, se ha perdido, por lo pronto, esa batalla, literalmente a cambio de nada, o sí, de algo: la Coordinadora sigue en lo suyo, el SNTE ahora es de Morena. De educación ni hablemos.