Las flores de mayo trajeron una polémica a nivel presidencial. Claudia Sheinbaum y Ernesto Zedillo han sostenido por días un intercambio de acusaciones sobre la democracia. Es el choque de dos visiones, es también la muestra de la marginalidad de quienes se dicen liberales. …

Para dimensionar el interesante artículo que provocó el toma y daca entre la presidenta y quien ocupara similar puesto entre los años 1994 y 2000, conviene aparcar la conclusión del ensayo y atender sus argumentos centrales. Porque Zedillo concluye su texto, publicado como tema de portada de la revista Letras Libres, con la frase “que no nos engañen: nuestra joven democracia ha sido asesinada”. ¿Una oración excesiva, sobre todo viniendo de quien es conocido por su talante circunspecto?

Esas palabras —o las del título del artículo México: de la democracia a la tiranía— han sido citadas para descalificar maniqueamente a su autor con formulaciones del tipo “qué democracia defiende”, o “ahora sucede que es el paladín de la democracia” (Claudia dixit).

Y ni qué decir de las descalificaciones morenistas que abordan otros temas del periodo del exmandatario, sin entrar de lleno a los señalamientos que hace tanto en su exposición de la revista de Enrique Krauze como en respuestas en una charla en “nexos”.

Tres serían los puntos centrales a destacar de su artículo. Si se va a refutar lo que dice Zedillo, hay que enfocarse en la denuncia de que se perderá control constitucional, de que se ha constituido un estado policial y de que el Ejército ha sido corrompido.

Cito enseguida algunas líneas de Zedillo sobre esos tres planteamientos.

El último de los presidentes de las siete décadas ininterrumpidas del partido de la Revolución alerta que la reforma judicial, cuyos comicios serán en menos de un mes, “no solo acomete contra la necesaria división de poderes, sino que hiere de muerte la función de control de constitucionalidad que debe tener la Suprema Corte para revisar y evaluar si los actos y leyes del ejecutivo y el legislativo están conformes con la Constitución y, de no ser el caso, anularlos o declararlos inaplicables”.

En segundo término, advierte que al dar al Ejército y la Marina empresas paraestatales, al meterlas a actividades que deberían ser del ámbito civil, incluida la seguridad, pero no solo la seguridad, se pretendió “dejarlas expuestas para que se conviertan en parte interesada en la preservación de un régimen autoritario y corrupto. Esto, por cierto, traiciona y elimina el principio existente desde la Constitución de 1857 de que las fuerzas armadas solo podrán ejercer funciones que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.

Y en tercer lugar, denuncia que ese empoderamiento castrense, al que no duda en calificar de “cooptación corrupta de las fuerzas armadas”, junto con “la prisión preventiva oficiosa; con la ilegal intimidación fiscal que ya se practica cotidianamente; con la eliminación del derecho efectivo a la información y la transparencia —que además comprende la eliminación del portal que existió durante veintiocho años para conocer y revisar los contratos del gobierno federal—; y sobre todo con la ausencia de un poder judicial independiente, se alcanza con toda nitidez el retrato hablado de la estructura de un Estado policial propio de un régimen autoritario y represivo”.

Tales son las tesis de Zedillo. Por supuesto, en contraposición de lo que él defiende de cuanto sucedió en su sexenio, a saber: reformas electorales aperturistas y una que dio por resultado la Suprema Corte (que él pondera) que está a punto de desaparecer.

El problema del “Yo acuso” de Zedillo no está en el bajo nivel de la respuesta de Sheinbaum y aliados, que se van por las ramas con lo del Fobaproa u otros desastres de aquellos tiempos, sino en que el expresidente está prácticamente solo, en que no hay zedillistas.

Desde que rompió su silencio en septiembre de 2024, con la naturalidad de un recién llegado que no se fue acostumbrando, como prácticamente todos los demás, a que el agua siga subiendo de temperatura, Zedillo señala aberraciones normalizadas.

Por eso hay que retomar al Zedillo del riesgo de un estado policial, o al que habla de olvidarse, a partir de septiembre, de cualquier posibilidad de que el Poder Judicial sea contrapeso (o, si se puede, peor aún: que sea mero instrumento de intereses particulares).

Ante ello, la presidenta Sheinbaum ha recurrido al expediente fácil del escándalo del Fobaproa o de las matanzas de Aguas Blancas y Acteal. Se puede —y se debe, por supuesto— hacer un juicio del periodo zedillista, a condición de no evadir otras de sus críticas.

Es crucial no ceder ante la diatriba que se quiere instalar desde Palacio Nacional, esa que descalifica al autor sin leerlo y menos contraargumentarlo, esa que iguala, también bombásticamente, el título y la conclusión del artículo de Letras Libres.

Lo que Zedillo quiso decir es que mientras este régimen se presenta con credenciales democráticas por haber llegado por la vía electoral, se encamina no solo a suprimir las condiciones más o menos equitativas de las elecciones, sino a tener “un Plan D”.

Ese Plan D (formulación mía, por aquello del Plan C) son las leyes que “podrá tener a su disposición el oficialismo para usarlas a plenitud cuando sus otros métodos de control político pierdan efectividad. Queda claro que el gobierno de Morena será inmensamente poderoso para combatir cualquier disidencia y pisotear todos los principios esenciales del Estado de derecho”.

A partir de las respuestas de Sheinbaum a su texto, Zedillo ha enviado cartas en las que no solo reitera sus críticas, sino que incluso ataja el escabroso rescate bancario: el expresidente propone auditorías para su gobierno y para el de Andrés Manuel López Obrador.

De paso, las réplicas de Zedillo —hasta ahora tres— desmontan el argumento que le acusa de llegar demasiado tarde, luego de prácticamente un cuarto de siglo en silencio. El exmandatario no se baja del ring. Tiene mucha tribuna en contra, pero no va en retirada.

En una de esas, no faltará quien diga que a la presidenta le conviene leer bien lo que teme el expresidente. Quien ha tenido problemas para gobernar un Congreso con comisarios heredados, ¿cómo va a lidiar con un Poder Judicial de esquiroles de no pocos morenistas?

Mas el propio Zedillo ha abandonado ya su inicial esperanza de que la presidenta Sheinbaum significara una corrección a la ruta centralizadora y estatista planteada por López Obrador. Ahora parece decidido a advertir que los sumisos de ocasión se están equivocando.

En “nexos” lamenta que “otros factores reales de poder en México prefieren quedarse callados. Se arriman y piensan que a ellos no les va mal tener un gobierno autoritario, que, por el contrario, les puede traer ciertas ventajas”.

Y les advierte: “se van a llevar una sorpresa. El abuso del poder no reconoce amigos ni lealtades. Ni siquiera intereses, porque cuando ya no hay el interés, todo el mundo se vuelve desechable. Y creo que esas fuerzas reales, que sí existen en México, que pudieron haber alzado la voz frente a lo que estaba pasando, que se han quedado callados, pues lo van a lamentar con el tiempo, porque ellos, sus hijos, sus familias, lo van a pagar. Lo van a pagar con oportunidades de desarrollo, que no se van a dar, pero lo más grave, con una pérdida de libertad, con un abuso de sus derechos fundamentales. Insisto, lo van a lamentar, por no tener una conducta cívica”.

El modelo de Zedillo, siempre hay que recordarlo, fue tan apegado a la receta neoliberal como refractario a repensar qué cosa distinta se podía hacer por los pobres. El de Morena habla de bienestar al tiempo que cancela el diálogo, denuesta la crítica y centraliza todo el poder.

El segundo modelo es hoy popular, mientras el primero parece no tener quién le lea, menos quién le secunde y ya no digamos quién lo haga suyo para ir a la calle.

El periodo de Zedillo merece un juicio. Su protagonista está dispuesto a someterse a él. La respuesta presidencial, que amaga con auditorías a modo e investigaciones a partir de audios bananeros, no está a la altura de las críticas que originaron el debate.

Qué bueno sería que en verdad surgiera una discusión entre dos modelos políticos. Qué lamentable que la presidenta cada día se rodee más y más de seudoperiodistas.

Del lado morenista no parecen estar dispuestos a salirse de la proclama de mitin ochentero para entrar al fondo; y del lado zedillista, bueno, de ese bando parece que muy pocos quieren enfrentar los riesgos que hoy asume quien gobernara hasta el año 2000.

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