A Sonora no le pasa nada. Y eso, más que buena noticia, debería levantar cejas. Porque cuando no pasa nada, o se está dormido… o se está muerto.
El estado está detenido. En la política, en la obra pública, en la economía, en los liderazgos. Un letargo que empieza a notarse incluso en la conversación cotidiana: nadie se emociona, nadie protesta, nadie propone. Todo es una marea baja de declaraciones tibias, gestos de autocomplacencia y escándalos que duran lo que una nota de prensa mal redactada.
Y la pregunta que flota en el aire, sin que nadie se atreva a formularla del todo, es: ¿está Sonora congelado porque Alfonso Durazo gobierna… o porque Alfonso Durazo preside también el Consejo Nacional de Morena? Porque el doble sombrero no parece ser motivo de orgullo, sino una cómoda excusa para no mover ni un dedo más de lo necesario. De gira en gira nacional, mientras en casa la agenda local se convierte en una colección de boletines reciclados.
Nadie le exige, nadie lo confronta. ¿Por qué? Porque no hay oposición. Ni de papel, ni de carne y hueso. Lo que queda del PRI vegeta en alguna oficina sin ventanas; el PAN parece más ocupado en sus propios pleitos que en decir algo coherente; y Movimiento Ciudadano… ¿Movimiento qué?
Y aquí viene lo más grave: esa ausencia de contrapeso ha permitido una especie de siesta institucional que beneficia a unos cuantos, mientras condena al resto del estado a ver pasar los días sin rumbo claro.
El problema no es solo de quienes están en el poder, sino de quienes deberían estar construyendo el relevo. Porque lo que urge no es un candidato que sepa actuar en TikTok, ni una figura que venga con el apellido correcto, sino una nueva clase política. Una generación con menos hambre de contratos y más apetito de servicio público. Una camada que entienda que gobernar no es administrar silencios, sino empujar con responsabilidad.
¿Dónde están? ¿Quién les impide levantar la mano? Porque mientras los mismos se reparten las mismas sillas y aplauden las mismas promesas, la ciudadanía se resigna a la medianía como si fuera destino.
No es que Sonora esté en crisis. Es peor: está inmóvil. Y eso debería espantar más que cualquier gráfica de inseguridad.
Urge que algo pase. Pero no un simulacro. Algo de verdad.