En Jerusalén, hace más de dos mil años, el poder político y el religioso se unieron para crucificar a un hombre que hablaba de justicia. En México, esa mezcla lleva más de dos mil mañaneras intentando justificar lo injustificable. Solo que ahora, el púlpito no lo ocupa un caudillo en funciones, sino una presidenta con la bendición del Mesías saliente.

Claudia Sheinbaum acaba de estrenar corona de espinas. Y no es metáfora litúrgica: la inseguridad ya comenzó su propio viacrucis con ella al frente. En vez de incienso, hay humo de balaceras. En lugar de salmos, gritos de auxilio. Y su principal apóstol en esta cruzada, Omar García Harfuch, ya camina entre soldados, criminales, y reportes de inteligencia que más parecen estaciones del calvario que rutas de seguridad.

Los romanos que vigilan esta nueva Jerusalén nacional no visten togas, sino uniformes de campaña. La militarización ya no es amenaza: es doctrina. La guardia presidencial ya no protege solo al Estado, sino que, en algunos rincones del país, parece administrar parcelas del mismo. Pilatos está de regreso, solo que ahora firma convenios con el Ejército. Y el agua sigue sin convertirse en seguridad.

Pero si hablamos de viacrucis, en Sonora la Pasión no es representación, es rutina.

En Sonora, el viacrucis político no se vive en Jerusalén, sino entre Hermosillo y Palacio Nacional. Ahí, en vez de cargar una cruz, los apóstoles de la 4T cargan encuestas y discursos vacíos. Alfonso Durazo, por ejemplo, combina sus funciones de gobernador con las de evangelizador de la causa morenista. Como Pedro, niega cualquier alianza con el pasado priista, aunque su historial diga lo contrario. Tres veces lo ha negado… y las que faltan.
En el norte del país la sangre no se derrama por redención, sino por control de rutas, de pueblos fantasmas, de costas con narcolaboratorios y montes sembrados de muerte. Mientras Sheinbaum coordina su naciente apostolado presidencial, Alfonso Durazo cumple a rajatabla su ritual de abstención: se abstiene de aparecer, se abstiene de responder, se abstiene de gobernar.

El evangelio sonorense está escrito con balas. En Caborca, Maycoba o la Costa de Hermosillo, el silencio oficial es más escandaloso que los fusiles. Los desplazados ya no piden milagros, solo transporte para irse. Y las madres buscadoras, sin más liturgia que la desesperación, siguen escarbando huesos donde el Estado dejó de mirar.

Mientras tanto, otro personaje aparece en las sombras del templo: Manlio Fabio Beltrones, el fariseo jubilado que no olvida sus pasajes gloriosos ni sus traiciones santificadas. No carga cruz, carga expedientes. No predica en el monte, se sienta a esperar en el Senado, donde cada movimiento se calcula al milímetro.

Beltrones no cree en la resurrección, pero sí en el retorno. Y no desde el sepulcro, sino desde los escombros del sistema político. Si la cruz de Claudia se parte, si la 4T tropieza en su viacrucis de poder, Manlio ya afila las escrituras y alista la túnica. La procesión política apenas comienza y él ya tiene lugar reservado en primera fila… por si hace falta otro Sanedrín.

La presidenta Sheinbaum prometió cambio. Y sí, cambió el tono, la forma, el vocero… pero el vía crucis sigue igual. Las promesas de justicia social ahora se enfrentan a la pragmática de la gobernabilidad: hay que negociar con demonios para mantener la paz, aunque esa paz venga en cuotas de silencio.

¿Y la oposición? Bien, gracias. A la espera del domingo, cuando crean que pueden resucitar. Mientras, guardan reposo, se curan las llagas y sueñan con ser Tomás: tocar para creer que aún hay democracia.

Este país no necesita más apóstoles ni más caudillos.

Necesita alguien que no se lave las manos.

José Luis Parra

José Luis Parra es un periodista con más de 40 años de experiencia en medios locales y en Notimex. Fundador de SonoraPresente y autor de la columna Bisturí.

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