La ambigüedad declarativa de la presidenta Claudia Sheinbaum metió a México en una discusión importante, no porque esa haya sido su intención, sino por las limitaciones de sus juicios: ¿los narco corridos son un derivado de la libertad de expresión? O, por la apología que hacen de la violencia, ¿deberían prohibirlos? Sheinbaum lleva varios días diciendo que no hay que prohibirlos, después de lo que provocó con una declaración, o sea, una cascada de prohibiciones en varios estados de conciertos donde se cantan narco corridos, y amenazaron con sanciones legales a los cantantes que los interpretaran. Las contradicciones en el decir presidencial han llevado a un choque entre los gobiernos, acostumbrados a tomar las palabras del Ejecutivo como órdenes, y los analistas.

Sheinbaum, recordó Salvador García Soto en “El Universal”, señaló que no deberían ocurrir hechos como el que una banda interpretara en un concierto en Zapopan a finales de marzo “Soy el dueño del Palenque”, donde hacían una oda al poder y el control que tiene “el señor Mencho”, refiriéndose a Nemesio Oseguera, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, cuya imagen proyectaron. “No está bien”, agregó Sheinbaum. “Que se haga una investigación. No es correcto”. Las reacciones fueron inmediatas, agregó García Soto, con una “condena enérgica” del gobernador de Jalisco y la cancelación inmediata de conciertos y espectáculos de cantantes o grupos que ejecutan narco corridos.

Las reacciones sociales han empezado a verse tumultuosamente. El sábado 12 de abril los asistentes al concierto de Luis R. Conriquez, un cantante que interpreta los llamados “corridos bélicos”, que abordan temas violentos y conflictivos, como los enfrentamientos armados entre grupos criminales que han acompañado al ídolo del género, Natanael Cano, y a Peso Pluma, destrozaron el local cuando les dijo que el gobierno mexiquense le había prohibido hacerlo, y que, si lo hacía, le apagarían el sonido y lo meterían a la cárcel. Adelantó que haría cambios significativos a las letras de sus canciones.

 

“Que Conriques dejará los narco corridos presionado por el gobierno”, escribió Roberto Zamarripa, director editorial de Reforma, “significaría un sonoro cambio en el negocio musical y de los corridos tumbados”. Pero más aún, concluyó, “no se puede prohibir la realidad, pierden el tiempo con sus ánimos censores, la realidad hay que transformarla, según el clásico. Quieren que canten sobre la paz, pues hay que apaciguar al país. Y para eso, falta”. Es un buen problema en el que se está metiendo el Gobierno al prohibir sin prohibir la que, desde la Revolución, quizá sea la narrativa más popular de la Patria, comentó Ciro Gómez Leyva en Excélsior.

Las palabras de Sheinbaum llevaron al gobierno del estado de México a prohibir a Conriques y al de Aguascalientes, este domingo, a prohibir el concierto de otro cantante de ese género, Komander. El gobierno de Michoacán anunció que presentará una iniciativa de ley para cancelar cualquier evento donde se haga referencia a delitos. La ola contra los narco corridos y los tumbados, otro género de amplísima popularidad, va creciendo. Antes, los estados de Baja California, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Querétaro y Quintana Roo, han impuesto sanciones a quienes interpreten canciones de apoyo al crimen organizado, y la semana pasada una diputada en el Congreso de la Ciudad de México, exhortó a las autoridades a prohibir narco corridos.

El tentáculo censor se va extendiendo en medio de hipocresías políticas. Por cerca de tres décadas las telenovelas de mayor éxito en México fueron aquellas donde los jefes de los cárteles de las drogas interacutaban en complicidad con políticos en los más altos niveles, mostrando una corrupción inacabable. El productor dominante de esta termática era Epigmenio Ibarra, el videógrafo y propagandista del expresidente Andrés Manuel López Obrador, a quien podría atribuírsele la construcción exitosa del silogismo perverso causado por la dinámica criminal de sus telenovelas, que influyó en conductas electorales.

La trama se convirtió en el grito de guerra del obradorismo para estigmatizar todo el pasado, y ocultar, inopinadamente quizás, las relaciones sospechosas del expresidente con el Cártel de Sinaloa. No debió haber pensado López Obrador que todo se habría de voltear ante su descuido en el trato de sumo respeto con los criminales y, en especial, con Joaquín El Chapo Guzmán. El bumerán vino con la canción de Cano y Gabito Ballesteros “Cuerno azulado”, que refleja lo que Gómez Leyva y Zamarripa sugirieron: el género es un espejo de la realidad que vive o percibe la sociedad, como revelan algunos extractos de su letra:

– “Cuerno de chivo azua’o (el arma predilecta de los narcos), con el gobierno pacta’o”.

– “Chingo de perico (cocaína) que se ha traficado”.

– “La montaña patrocina (donde vivía El Chapo), siempre en el rancho JGL (Joaquín Guzmán Loaera) pa’presidente”.

– “Delincuencia organizada, ya saben qué pedo”.

– “Tocan al Ratón (Ovidio Guzmán López, hijo de El Chapo) y un desmadre le hacemo”(el Culiacanazo, en octubre de 2019, cuando López Obrador ordenó que lo liberaran).

El coro es contundente:

– Iván Archibaldo (hijo de El Chapo) en los botone’ Voten por Joaquín en las elecciones.

La canción fue prohibida en Spotify, pero se siguió cantando, incluso después de las elecciones presidenciales, en el estadio GNP de la Ciudad de México. López Obrador no se atrevió a censurar públicamente los narco corridos ni la apología de la violencia, aunque se llegó a referir ocasionalmente a ellos, no por ser defensor de la libertad de expresión, sino porque la persona que fue sembrando las minas para que electoralmente las detonara para llegar a la Presidencia fue su propagandista Ibarra.

Sheinbaum no tiene esos nexos con Ibarra, pero tampoco claridad sobre el tema. Los narco corridos, escribió Anajilda Mondaca Cota, en un ensayo para el Hemisferic Institute de la Universidad de Nueva York, “son crónicas y boletines de prensa que ofrecen información sobre el mundo del narcotráfico y las amplias y variadas articulaciones que desde él se construyen y relacionan con otros espacios de la sociedad. Son el contrapeso de la información oficial. Plantean muchas de las complicidades institucionales y la participación de diversas figuras de los ámbitos legítimos que ayudan, protegen o sirven a los grandes narcotraficantes”.

Sheinbaum llevó con el peso de la palabra presidencial a una discusión sobre libertad de expresión, pero sin abordar las causas que llevaron a la traducción musical de nuestro entorno. La narco cultura es un reflejo de la sociedad, en efecto, y sus expresiones musicales la muestran como es. Si nos gusta o no, nos sentimos a gusto o no, es otra discusión.

La apología del delito y la construcción de héroes criminales es lamentable, como lo es la laxitud de la legalidad en México -hace más de 30 años la piratería forma parte de la economía familiar, tolerada y alimentada por las autoridades por el dinero que les deja en efectivo-, o la entrega de amplias franjas del territorio nacional por parte de López Obrador a los cárteles de las drogas. Si la realidad no nos gusta, cambiemos la realidad, como propone Zamarripa, y que los gobiernos no estén peleando contra los molinos de vientos que ayudaron a construir.

Raymundo Riva Palacio

Raymundo Riva Palacio es periodista, analista y conferencista especializado en política y economía mexicana. Autor de la columna Estrictamente Personal, es comentarista en radio y televisión, ha sido profesor en la Universidad Iberoamericana y dirige EjeCentral.com.

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