Las iglesias lucían semivacías. Los balnearios, repletos. Y en Michoacán, como si fuera desfile patrio, las camionetas del crimen organizado ocuparon calles y miradas. Camufladas, blindadas, escoltadas por sicarios uniformados y con armas largas al aire, desfilaron a plena luz del día, en pleno Sábado de Gloria.
¿Alguien gritó “¡viva México!”?
No. Porque ya nadie sabe si vive en México o en el Narcoestado de la impunidad. Lo que vimos no es una escenificación de poder, es una bofetada al Estado mexicano. Un “aquí mandamos nosotros” con soundtrack de disparos y aplausos virtuales en redes sociales.
¿Y el Estado?
¿Dónde estaba la Guardia Nacional? ¿El Ejército? ¿La Policía estatal? ¿El gobernador? ¿La FGR? ¿El CNI? ¿Santa Claus?
Callados. Dormidos. Haciendo fila para las aguas termales o tal vez actualizando el PowerPoint con el número de detenciones ficticias para el informe presidencial.
Ya no sorprende. Se normalizó que los criminales desfilen como si fueran contingentes oficiales. Que exhiban sus camionetas monstruo, su logística, su control territorial… mientras las fuerzas de seguridad exhiben su miedo, su complicidad o su parálisis institucional.
El poder del narco… y la siesta legislativa
Y mientras los cárteles hacen alarde de fuerza, nuestro glorioso Poder Legislativo duerme el sueño de los justos. Unos tomando café con pastel de pluri, otros más concentrados en ver cómo acomodan a sus cuates en la siguiente legislatura.
El país arde, pero ellos siguen en TikTok.
¿No es hora ya de despertar? ¿De asumir que este no es un fenómeno aislado, sino parte de una estrategia de ocupación criminal? Hoy es Michoacán. Ayer fue Sonora. Mañana puede ser tu calle.
Y no, no es histeria. Es real. Lo realísimo que es ver cómo un grupo criminal impone el orden, mientras el Estado se hace a un lado para no estorbar.
¿Es esto suficiente para pedir ayuda a Estados Unidos?
Seamos claros: hace mucho que los gringos ya están aquí. Con asesoría, con DEA, con drones, con exigencias diplomáticas camufladas de cooperación bilateral.
Pero la pregunta tiene otro filo: ¿México debería reconocer oficialmente que necesita ayuda para recuperar su soberanía?
Porque esto ya no va de combatir al narco, va de reconquistar territorio. Y eso, en cualquier otro país, sería causa de alarma internacional.
¿O ya vamos a aceptar como natural que el crimen organice desfiles y controle pueblos enteros?
El show debe continuar
Nos quedan dos caminos: seguir contando muertos, fosas, balaceras y desplazados como si fueran parte de la normalidad. O sacudirnos esta anestesia colectiva y exigir, por fin, que alguien asuma el costo político de enfrentar a los verdaderos dueños del país.
Pero eso implicaría voluntad, valor y sobre todo, coordinación real entre los tres niveles de gobierno. Y eso, como todos sabemos, no viene en la Constitución. Ni en los discursos.
Por eso el crimen organizado desfila. Porque puede. Porque quiere. Y porque nadie se los impide.
Y mientras tanto, los narcos hacen Sábado de Gloria… con banda, armas y aplausos.
Porque mientras se discuten reformas judiciales, plan B, plan C y plan transexenal, el verdadero plan ya está en marcha: el de los cárteles para tomar el control total. Territorio, economía, votos y narrativa. Hasta los templos les ceden el paso.
¿Y qué hacemos nosotros? Aplaudimos cuando agarran a un narquito de medio pelo y nos venden la captura como trofeo electoral. O nos burlamos en redes, como si el meme fuera un acto de resistencia.
El crimen organizado ya no necesita ocultarse. Salió del clóset armado, se subió a camionetas blindadas y va desfilando frente a nuestras narices, con la complacencia de un Estado fallido que sonríe, se toma la selfie y dice: “Todo bajo control”.
Pues sí: bajo su control.