El 14 de enero pasado, Luis R. Conriquez (Caborca, Sonora 1996) se presentó en el Teatro del Pueblo de Rincón de Romos, municipio de Aguascalientes. Era el artista estelar de la Feria del municipio. Entró con El Gavilán, una oda a Los Chapitos, cuya letra dice: “Y pa’ chambear con don Iván, soy de la gente del Chapo Guzmán, no me muevan que me puedo enojar, y me les presento, soy el Gavilán”.
En un posterior mensaje de video explicó: “Si vas a cantar un corrido te van a apagar el sonido y ya no te van a meter una multa, vas para el bote. Te hacen firmar un contrato”.
Pero en un comunicado oficial fue más allá: “ahora haré algunos cambios significativos en las letras que me hacen llegar y que yo interpreto para conectar con el público”.
Horas después, en la mañana de ayer domingo, en camino justamente a Rincón de Romos, Aguascalientes, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo que no había una prohibición para la música que entona Conriquez. “No están prohibidos; lo que queremos es que la música tenga otro contenido”, explicó.
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Peso Pluma, el joven cantante de narcocorridos que hasta Obama tiene en su playlist, contó en el programa Soy Grupero que escribir canciones para los criminales es como repartir pizzas a domicilio.
“¿Un publisher es el que te busca?: ‘Quiero un corrido que hable de El Chapo'”, le preguntaron.
“A veces son mensajeros; a veces son ellos mismos (los narcos). Uno no sabe nunca pues, se trata de hacer lo mejor posible. Uno pide datos simplemente, lo escribe y se le entrega. Es normal. Esto no es nuevo. Existe desde hace mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo tiene Los Tigres del Norte, Tucanes de Tijuana?” (Reforma, 7/05/2023. “Todos hablan de Peso Pluma, pero ¿quién es?”).
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Lo que al rico le festejan al pobre se lo critican. ¿Por qué no nos emparejan? Ya revueltos quién se fija. (Eulalio González, El Piporro).
La narcocultura está enraizada. Domina. Arriba y abajo. La revolución de las conciencias por esa ruta no ha pasado. Es la realidad contada, recreada, hecha negocio, sublimada, enaltecida. Es un modo de vida, un horizonte; es la moda, los tenis a usar, las camisas, los calzones, los vestidos, los rolex, los colgajos. Es la cultura del esfuerzo a balazos; para ser hay que matar. Para progresar hay que corromper. El que no transa no avanza, es fe no prohibición. Pobres y ricos, lo profesan.
¿Por dónde se cuela esa miserable manera de ser? Entre otros lados, por las rendijas que dejan los sólidos barrotes de la polarización política. El desconocimiento del contrario, la supresión del otro. No es la causa pero sí el lubricante. También la impunidad y la corrupción.
La causa de fondo es la permanente vida de violencia en las comunidades pobres y la penetración del dinero sucio en los ambientes empresariales, artísticos y políticos. Agréguensele las series de streaming de narcoviolencia que cautivan a millones. Hasta la vergüenza del Culiacanazo se cuenta en likes.
Con una limitadísima prosa y una pobre construcción musical -es lo de menos- los narcocorridos cuentan cómo deshacerse del otro, cómo salir de pobre en diez minutos, cómo ser exitoso con las mujeres, cómo pertenecer a los que nunca pierden.
No se puede prohibir la realidad. Pierden el tiempo con sus ánimos censores. La realidad hay que transformarla, según el clásico. Quieren que canten sobre la paz, pues hay que apaciguar al país. Y para eso, falta.