Por tres horas vi pasar en la Plaza de San Pedro grupos de católicos de múltiples países. Los únicos que cantaban a su patria eran los mexicanos, “Mé-xi-co, Mé-xi-co, México siempre fiel”. Y eran muchos, jaliscienses, guanajuatenses, chihuahuenses, yucatecos. A fin de cuentas somos el país con el segundo mayor número de católicos en el mundo (alrededor de 100 millones). De ahí la pregunta, ¿qué cosa más importante tenía programada la presidenta Sheinbaum el sábado 26 de abril que le imposibilitara viajar a Roma para estar cerca de esos 100 millones de mexicanos en un día tan significativo como el funeral del Papa de los pobres y los humildes? Lula estará cerca de 140 millones de católicos brasileños, Marcos de 90 millones de filipinos e incluso Trump de 85 millones de estadunidenses. Sheinbaum no. ¿Por qué? Es una pregunta obligada, al menos vistas las cosas desde aquí, con las emociones e imágenes de aquí. Un compatriota aventuró camino al féretro de Francisco que la respuesta es generacional, pues ella es de la generación de universitarios para quienes la religión era el opio del pueblo. Podría ser, yo no lo creo. Lo cierto es que pese al tamaño y a la energía del catolicismo mexicano, la Presidenta no vendrá. Resolvió no venir.