Al juez Gonzalo Curiel, que analizó las acusaciones de fraude contra la Universidad Trump, le dijo sesgado por sus raíces mexicanas y lo acusó de odiarlo. Al juez James Robart, que suspendió su prohibición de viaje contra los musulmanes en 2017, le llamo “supuesto juez” y lo responsabilizó de cualquier ataque terrorista que se pudiera registrar en suelo americano. A la jueza Tanya Chutkan, en el juicio de impugnación electoral, le dijo que actuaba de forma partidista, injusta, muy sesgada y claramente con el objetivo de destruirlo. Al juez Arthur Engoron que lo sentenció por inflar artificialmente sus finanzas, le llamó desquiciado, radical de oposición y operador del partido Demócrata. Al juez Juan Merchan, que llevó la denuncia de Stormy Daniels, le dijo corrupto y hasta atacó a su hija. Y pidió juicio político y destitución del magistrado James Boasberg cuando frenó la deportación de presuntos mafiosos venezolanos. Al juez Jon Tigar le dijo que estaba en la bolsa de la oposición por amparar el asilo, le dijo “Juez de Obama”. El caso lo enfrentó hasta con el presidente de la Suprema Corte, Jon Roberts.
Ha sido tal el enojo de Donald Trump contra el Poder Judicial de su país que ya Elon Musk propuso una reforma judicial, enarbolando justo la bandera obradorista: ¿con qué derecho los jueces, a quienes no los eligió nadie, pueden frenar a una autoridad democráticamente electa?
Pero la 4T está en contra de la reforma judicial… en Estados Unidos.
De hecho, el gobierno de México confía en que el Poder Judicial americano le ponga contrapesos a Trump. Al grado que ha anunciado con bombo y platillo que ya tiene una batería de más de 2 mil 500 abogados para ayudar desde los consulados a los migrantes perseguidos. Y litiga lo mismo temas comerciales que de armas. En Estados Unidos, el gobierno de México sí quiere un sistema judicial que funcione como contrapeso del presidente. En México no. En México, es la 4T la que se queja de jueces, magistrados y ministros. Los insulta como parte del discurso cotidiano.
Qué caprichoso es el destino que los está exhibiendo en una más de sus incongruencias. “Para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo”, dice el dicho. Pues Trump es del mismo palo que la 4T.
Ante las amenazas de aranceles y romper el TMEC, le piden que no olvide que la ley es la ley. Cuando toma decisiones económicas equivocadas so pretexto de crear empleos (tipo Tren Maya), le sugieren reconsiderar porque va a salir “más caro el caldo que las albóndigas”. Cuando quiere forzar industrias en su propio país, aunque sea más eficiente importar los bienes (como Dos Bocas), le piden entrar en razón y apostar por la globalización. Cuando con los aranceles por el fentanilo quiere tomar decisiones financieras sólo como herramienta de intimidación política (como cancelar el aeropuerto de Texcoco y hacer el AIFA), le dicen que se va a dar un balazo en el pie.
“Le están dando agua de su propio chocolate”, dice otro dicho. Y sí. Trump trae loco al régimen mexicano actuando con las mismas premisas que se han usado desde Palacio Nacional en los últimos siete años en México.
SACIAMORBOS. Cuentan que un hijo de expresidente pasó su sábado entre la Cantina del Bosque y el festival Ceremonia.