Hoy es cumpleaños de Carlos Castillo Peraza. Nació el 17 de abril de 1947 en Mérida, Yucatán; era presidente Miguel Alemán Valdés, el primer civil, cachorro de la Revolución y padre de la corrupción priísta. Murió en el año 2000, en Bonn, Alemania, cuando ya era presidente electo Vicente Fox, pero todavía no tomaba posesión.
¿De qué se perdió Carlos? Del ataque a los Estados Unidos en 2001, cuando derribaron las Torres Gemelas en Nueva York, lo hubiera calificado de “liberticidio”, y alertaría el peligroso nacionalismo que vendría. Carlos creía en la Unión Europea, aborrecería a el petit Donald Trump por ignorante de la tarea de los gigantes Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Jean Monnet, Robert Schuman, por quienes tenía devoción. No conoció los euros, para ese viaje que tanto soñamos juntos por Europa.
Era sabio y no vió Wikipedia, aunque un día en un disco compacto de la Enciclopedia Británica, comprobó que su equipo, los Yankees de Nueva York, sí ganaron no sé cuántas series con Babe Ruth. Hubiera entiendido poco al mundo digital. Hacer política no es cuestión de reflectores, sino de reflexión, sentenció. No hablaría para el “like”, pero sí para “funar” a los simuladores de la igualdad de Morena. Dudo que usara iPhone, y de la Inteligencia Artificial aceptaría su bondad, pero advertiría que no la podemos poner en manos de la estupidez natural.
Hubiera apoyado a Fox en su negativa a votar por la guerra en Irak. Escribiría con gran prosa un obituario a Juan Pablo II, y celebraría la elección del intelectual Ratzinger y del jesuita Francisco.
Creo, que diría que fue un desastre político el desafuero de López Obrador. Aunque hubiera defendido por legal y legítima, la elección como presidente de su alumno Felipe Calderón, quien, quizá lo hubiera invitado de secretario de Educación, Carlos no aceptaría, pero sí una embajada en la UNESCO, París o Bruselas.
Sin duda criticaría el regreso de Daniel Ortega al poder en Nicaragua, y el gorilato de Hugo Chávez, pero no dejaría de criticar, aunque fuera amigo del PAN, la debilidad del presidente venezolano Rafael Caldera, por liberar a Chávez de la cárcel.
Escribiría desde su solidarismo, contra la avaricia que originó la crisis financiera internacional de 2009. Recordaría desde el liberalismo los 200 años de Independencia mexicana, y no le generaría entusiasmo el aniversario de la Revolución en 2010. No estoy seguro que hubiera festinado la muerte de Osama bin Laden, pero estoy cierto que no se hubiera creído la llamada primavera árabe, sabría que fueron los militares, no los jóvenes universitarios. Nada cambió. Lamentaría el deceso de Fidel Castro, pero le reclamaría el de Oswaldo Payá.
Castillo Peraza murió fuera del PAN. Con Morena hubiera dicho “se los dije”. No se entendió ni atendió el dolor de la pobreza con eficacia, en los gobiernos del PAN. No se abrazó certeramente la justicia y vino un caudillo simulador, mago de masas, que utilizó, mimó a los pobres; porque Carlos sí leyó lo que Engels le escribió a Marx, a Bakunin, pero sobre todo a Pierre-Joseph Proudhon. Dudaría, como hace un inteligente antes de abrir la boca, pero le espetaría a AMLO: ¡impostor!.
¿De verdad creen que Morena quiere liberar a los mexicanos de la miseria?, se preguntaría con Lenin, a quien leyó: ¿Liberar para qué?, se respondería con Vladimir: Nosotros queremos una dictadura del tarjetariado (del Bienestar). Carlos condenaría sin contemplaciones la servidumbre, clientelismo, ese rebaño anestesiado en su virtud cívica.
Festejaría el premio Nobel de Vargas Llosa y lamentaría su muerte; diría que estaba equivocado: la dictadura perfecta es Morena. Seguiría comiendo “mucbilpollo” el día de muertos, quizá retomaría sus clases de filosofía en la Universidad “La Salle”, escribiría en EL UNIVERSAL, y hoy, con sus amigos, apagaría 78 velas sobre un pastel de mamey.