Hay documentos que, cuando salen a la luz, no ofrecen respuestas, pero sí abren portales a las obsesiones humanas más profundas. Uno de ellos —desempolvado del archivo de la CIA— conecta a la legendaria Arca de la Alianza con experimentos secretos de visión remota realizados por el gobierno de Estados Unidos en plena Guerra Fría. ¿Una ocurrencia digna de Hollywood o una pieza de un rompecabezas que no terminamos de entender?
La historia parece sacada de un guion: en 1988, bajo el programa ultrasecreto Sun Streak, la CIA instruyó a un “espectador remoto” —el número 32, según consta— para localizar un objeto simplemente identificado como “el Arca”. La técnica, promovida por servicios de inteligencia y cuestionada por la ciencia, consistía en que ciertos individuos entrenados supuestamente podían “ver” a distancia lugares, objetos o eventos sin contacto físico ni visual.
Lo que reportó el vidente fue inquietante: un contenedor sagrado, con relieves dorados y serafines, enterrado en un sitio húmedo y oscuro, rodeado de arquitectura islámica. Y algo más: una advertencia. El objeto, afirmaba, estaba protegido por entidades que atacarían a quien intentara profanarlo, mediante un “poder desconocido”. Si la descripción suena familiar, es porque coincide casi al pie de la letra con la representación tradicional del Arca de la Alianza en los textos bíblicos y en la iconografía popular.
Para la CIA de entonces, esta clase de informes formaban parte del “pensamiento lateral” que la Guerra Fría forzó. Buscar armas, amenazas o secretos en dimensiones no convencionales era, en cierta medida, parte del juego estratégico. Pero incluso entre los impulsores de la visión remota, hubo escepticismo. Joe McMoneagle, uno de los coordinadores del programa, calificó la sesión sobre el Arca como “fraudulenta”. Su postura fue clara: sin evidencia física, cualquier visión es solo eso, una visión.
Sin embargo, el archivo existe, y el interés por el Arca no ha dejado de crecer. En la tradición judeocristiana, era el contenedor de los Diez Mandamientos y símbolo tangible de la alianza entre Dios e Israel. Desaparecida tras la destrucción del Primer Templo de Jerusalén en el año 586 a.C., su destino es uno de los enigmas más antiguos de la humanidad.
Las teorías abundan. En Etiopía, se afirma que reposa en la Iglesia de Santa María de Sion, en Axum. Otros aseguran que fue escondida bajo el Monte del Templo o trasladada en secreto a Europa. Y hay quienes, como ciertos estudiosos del esoterismo templario, insisten en que los Caballeros Templarios la encontraron durante las Cruzadas y ocultaron su existencia. ¿Demasiado fantasioso? Quizá, pero el poder del mito siempre ha superado la prueba del tiempo.
Que la CIA se haya tomado en serio la posibilidad de “localizar” el Arca con videntes entrenados dice tanto de los años oscuros de la Guerra Fría como de la persistencia del misticismo en el imaginario institucional.
¿Dónde termina el expediente y dónde empieza la leyenda? No está claro. Lo cierto es que el Arca, real o simbólica, sigue siendo buscada. Y aunque la ciencia exige pruebas físicas, la fe, el mito y la política parecen dispuestos a no soltarla nunca.