Prohibir los narcocorridos en un país bañado en sangre es como querer secar el mar con una toalla de hotel. Y en esa absurda cruzada están algunos gobiernos estatales que, ante la falta de estrategia, optan por censurar la banda sonora del crimen organizado como si eso bastara para detener las balaceras, los levantones y el control territorial de los cárteles.

En el Estado de México y en Querétaro ya les pusieron tache a los cantantes de botas y sombrero. Allá, los escenarios se clausuran si alguien se atreve a entonar una rola dedicada a algún “jefe de jefes”. Que quede claro: lo que no se puede cantar, no se puede matar. Así de fácil.

O así de ridículo.

Los culpables son… ¿Los Tigres del Norte?

La lógica es simple y, por supuesto, disparatada: si la gente deja de escuchar letras sobre capos, droga y violencia, entonces automáticamente dejarán de existir los capos, la droga y la violencia. Eureka. El narco, conmovido por la censura artística, se retirará a poner una fondita de mariscos. El país, agradecido, elevará una estatua al reggaetón por no hablar de balazos. Y todos viviremos felices en un México sin Sinaloa-style ni tumbados llorones.

Porque, según esta visión, la raíz de la violencia en México no está en los millones que genera el trasiego de drogas, ni en las armas gringas, ni en los territorios disputados con metralletas. No. El verdadero enemigo es el acordeón desafinado y el cantante que rima “fusca” con “buchona”.

El arte de patear el bote (y a los músicos)

En lugar de enfrentar al crimen con inteligencia, estrategia y un poquito de Estado, los gobiernos locales patean el bote hacia el escenario musical. Si la policía no puede entrar a ciertas colonias, al menos que los corridos tampoco lo hagan. Es un tema de control, aunque sea simbólico. “No gobernamos los territorios, pero los espectáculos sí”, parece ser la consigna.

Mientras tanto, la gente sigue muriendo. Y los capos, que tienen mejor mercadotecnia que muchos partidos políticos, ya encontraron otras formas de proyectarse: TikTok, Instagram, videoclips con drones y ediciones que ni la Secretaría de Turismo logra imitar.

Pero eso sí, en el Foro Pegaso nadie se atreva a cantar “Soy el Ratón”. Que de ahí viene todo el mal.

Al pueblo, pan y corrido

La gente, por supuesto, sigue escuchando los narcocorridos. En Spotify, en fiestas, en la radio, en el carro, en el celular. No se trata solo de música: son crónicas, relatos, fantasías con metralla. Es la forma en que muchos comprenden —o al menos procesan— la realidad brutal que los rodea. Es el noticiero no autorizado. La mitología del narco país.

Prohibirlos es también un acto clasista. Los conciertos de Peso Pluma se cancelan; los de ópera, no. Que nadie se atreva a cantar sobre la sierra y los blindados, pero sí sobre traiciones en italiano. El narco no incomoda por violento, sino por popular. Y eso, a los gobiernos puritanos, les irrita más que un balazo.

¿Y si probamos con gobernar?

La gran pregunta sigue en el aire: ¿es el narcocorrido el problema de la violencia en México?

Claro que no.

Pero sirve como cortina de humo para esconder la incompetencia. Y mientras los gobiernos locales ensayan su papel de inquisidores musicales, el país sigue ardiendo. Con pruebas o sin ellas, con corridos o sin ellos, con Durazo en el extranjero o Taddei contando actas.

Quizá el verdadero corrido que debería escribirse es uno que empiece así:

“En un país sin estrategia,
donde el crimen manda y calla,
los gobiernos censuran coplas
pero no limpian la metralla.”

José Luis Parra

José Luis Parra es un periodista con más de 40 años de experiencia en medios locales y en Notimex. Fundador de SonoraPresente y autor de la columna Bisturí.

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