Este miércoles es el “Día de la Libertad”. Así es como el presidente Donald Trump ve la fecha en que impondrá aranceles a todo el mundo para que, de esa forma, revierta los patrones de consumo vigentes desde hace más de 40 años y encierre a Estados Unidos en una burbuja de cristal.
Visto desde otra perspectiva, también será el día en que comience una guerra comercial global. China, Japón y Corea del Sur anunciaron ayer que si les impone aranceles, responderán con la misma receta de manera conjunta. Europa prepara represalias tarifarias a partir de abril, y Canadá dijo la semana pasada que aplicará la Ley del Talión, pero más dolorosa para Estados Unidos. La posición de México es esperar y tomar una decisión sobre hechos consumados.
Trump sostiene que el 2 de abril impondrá aranceles recíprocos de 25% a todo el mundo, además de 25% de gravámenes al acero y aluminio, y otro tanto a los vehículos exportados a Estados Unidos. El descontento que hay por sus acciones unilaterales tiene su espejo interno. Una encuesta que dio a conocer este lunes la agencia Associated Press y el Centro NORC de Investigación de Asuntos Públicos de la Universidad de Chicago, reveló que 60% de los estadounidenses está en desacuerdo con su manejo comercial y arancelario.
Las bolsas, que han sido una presión para Trump, tuvieron una mala jornada ante las amenazas del mandatario, quien aseguró no importarle las consecuencias que tengan para la economía estadounidense.
El presidente cree que va a cambiar los hábitos de consumo en su país y que rápidamente el impacto negativo de la imposición de aranceles entrará en un círculo virtuoso que beneficiará a todos los estadounidenses. Está convencido de que la burbuja de cristal en la que quiere encerrar a esa nación no se romperá, pero no tiene la verdad en la mano. De hecho, ni siquiera tiene la información completa sobre lo que puede significar en toda su dimensión si aplica la barreras tarifarias que ha anunciado a algunos países… como México.
A lo largo de varias semanas, el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, hizo pedagogía con el secretario de Comercio de EU, Howard Lutnick, sobre la complejidad y dificultad que implicarían los aranceles y los costos que tendrían para ambos países. Un ejemplo fue el de la industria automotriz, uno de los sectores más integrados del acuerdo comercial norteamericano, el T-MEC, por las amplias cadenas de producción, que generan más de cinco millones de empleos, 67% del total, en Estados Unidos.
Ebrard le ejemplificó a Lutnick el caso del capacitor, un condensador eléctrico que almacena energía. El capacitor es vendido por un proveedor en Centennial, Colorado, a una empresa en Grand Rapids, Michigan, que lo envía a una planta en Ciudad Juárez, donde se integra a una placa de circuito impreso.
Esa placa regresa a una planta en El Paso, Texas, de donde cruza de nuevo la frontera a Ramos Arizpe, Coahuila, donde se ensambla a un mecanismo en el asiento que permite ajustar su posición con sólo presionar un botón. De ahí, se envía a las fábricas de asientos en Arlington, Texas, y Mississauga, Ontario, donde se instala. Finalmente, ese asiento se manda a las plantas de ensamblaje en Toronto, para el modelo de la camioneta SUV Ford Flex, y de General Motors en Arlington, Texas, para las Suburban, Tahoe y Escalade.
Otro ejemplo que le planteó es en la industria aeroespacial, con el motor CFM LEAP-1B –que utiliza Boeing 737 MAX-8–, que es un motor aeronáutico civil que producen conjuntamente General Electric y Safran, una empresa francesa que tiene una fábrica en Querétaro.
General Electric manufactura su principal componente, el módulo, en su planta en Cincinnati, Ohio, de donde la envía a México y lo ensambla Safran. Ebrard le explicó a Lutnick que cada motor tiene un costo estimado de 15 millones de dólares, que con el arancel costaría casi 19 millones de dólares que, multiplicado por cada turbina, elevaría el costo del avión para Boeing en más de 7 millones de dólares, lo que significaría una pérdida de competitividad frente al modelo de Airbus con el que rivaliza alrededor de 30%. Si se colocan los aranceles, dijo Ebrard, posiblemente Airbus también trasladaría su planta de Alabama, donde fabrican ese modelo, a Europa.
Lutnick reconoció que no sabía el grado de integración de las cadenas productivas en el T-MEC, ni la problemática que los cruces en la región norteamericana impondrían a los aranceles. Ebrard lo explicó en el caso de la industria aeronáutica, pero se potencia en la automotriz. ¿Cuántos aranceles se tendrían que pagar? ¿25% cada vez que cruce la frontera? En el caso del capacitor, este sería de al menos 50%. Quizás resultaría más bajo el arancel de automóviles chinos al mercado estadounidense, desde México, que pagarlos por automóviles fabricados en Norteamérica.
Pagar aranceles cada vez que cruce un componente la frontera no está en la lógica de Estados Unidos, pero es algo que no se habían puesto a pensar. ¿Cuánto es suficiente para Trump? Lutnick, que es una de las pocas personas que hablan con él, no lo sabe. Pero sólo para problematizar la complejidad, las estimaciones mexicanas son que aun si el arancel fuera de 10%, tendría impacto a corto plazo en los tres países del T-MEC en producción, empleos, competividad y retroceso para las industrias norteamericanas.
Trump no da ninguna señal de por dónde irá finalmente el miércoles, en el caso de México, porque es confuso y contradictorio en sus declaraciones.
La semana pasada dijo que habría varios países a quienes “les (daría) un respiro”, pero este domingo pareció que no perdonaría a nadie. Ya una vez aplazó la imposición de aranceles a México y Canadá por la presión de las empresas estadounidenses y la caída en las bolsas. Esa situación se está repitiendo. ¿Podría hacer cambiar a Trump una vez más de opinión sobre sus socios? Quizás sí, quizás no. Trump parece tan irracional como es provocador y generador de incertidumbres. Habrá que esperar hasta este miércoles para conocer su decisión.