Trump y su apuesta por la recesión: ¿visión de largo plazo o error costoso?

En su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump ha dejado claro que está dispuesto a asumir el costo de una recesión como parte de su estrategia económica. Su administración, encabezada por figuras como Howard Lutnick y Scott Bessent, ha insistido en que el “dolor a corto plazo” traerá beneficios a largo plazo, argumentando que es un precio necesario para reindustrializar Estados Unidos y reducir la dependencia de importaciones baratas.

Pero los economistas no están tan convencidos. Para muchos, las políticas de Trump –incluidos los aranceles masivos, los recortes al gasto social y la reducción de impuestos para los más ricos– no sólo no garantizarán un futuro económico sólido, sino que podrían hundir aún más a los sectores más vulnerables.

Aranceles: un remedio peor que la enfermedad

Trump y su equipo han sostenido que los aranceles ayudarán a traer de vuelta la manufactura y fortalecerán la economía estadounidense. Sin embargo, economistas como Greg Mankiw, de Harvard, ven una contradicción evidente: los aranceles aumentan los costos de producción para las propias empresas estadounidenses, encareciendo sus productos tanto para los consumidores locales como para los mercados internacionales.

Kimberly Clausing, exfuncionaria del Tesoro, advierte que si el objetivo de Trump es recuperar empleos industriales, los aranceles generalizados hacen lo contrario, pues dificultan la producción en EE.UU. al elevar el precio de los insumos básicos.

Incluso economistas que han estudiado los efectos negativos de la globalización en el empleo, como David Autor, del MIT, señalan que tratar de revertir el impacto de la “invasión” de productos chinos de hace más de 20 años es inútil. En todo caso, la solución pasaría por invertir en industrias de alto valor agregado, no solo en encarecer los productos importados.

Déficit y gasto: una ecuación sin resolver

Trump también ha insistido en que su administración enfrentará el creciente déficit fiscal, aunque sus acciones contradicen sus palabras. El gobierno ha recortado algunos programas y despedido empleados públicos, pero las cifras muestran que estos ajustes son insignificantes frente al tamaño del presupuesto federal.

Por otro lado, su plan de extender los recortes fiscales de 2017 beneficiaría principalmente a las familias más ricas, mientras que los recortes en Medicaid y otros programas sociales golpearían a los sectores más pobres y a la clase media baja.

Jessica Fulton, del Centro Conjunto de Estudios Políticos y Económicos, advierte que estas políticas podrían tener un impacto desproporcionado en comunidades afroamericanas e hispanas, profundizando la desigualdad en un país donde la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo.

¿Quién pagará realmente el costo de la recesión?

La gran pregunta es quién asumirá las consecuencias de esta estrategia. Si bien Trump promete que la recesión será solo una “transición”, la historia económica sugiere que sus efectos pueden ser duraderos y devastadores, especialmente para los trabajadores menos calificados.

Como advierte Sean Vanatta, de la Universidad de Glasgow, la narrativa de que el sacrificio traerá recompensas parece más un discurso para justificar políticas fallidas que un verdadero plan económico. Y aunque algunos sectores de la clase trabajadora apoyaron a Trump con la esperanza de recuperar empleos mejor pagados, podrían ser ellos los más golpeados por sus decisiones.

En política económica, el costo de los errores no se mide en discursos, sino en empleos perdidos, empresas quebradas y familias afectadas. La pregunta clave no es si Trump está dispuesto a asumir el costo de una recesión, sino si los estadounidenses estarán dispuestos a pagar el precio de su apuesta.

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