Si hay un sector que tiene a México en vilo, es el automotriz. No solo porque representa la mayor tajada de las exportaciones mexicanas —cerca de 100 mil millones de dólares anuales—, sino porque es el eje sobre el cual giran miles de empleos y el crecimiento económico del país. Hoy, esa estabilidad está bajo amenaza.
Las intenciones de Donald Trump de imponer aranceles a los vehículos y autopartes mexicanas han encendido las alarmas en fábricas como Ford en Cuautitlán Izcalli, General Motors en Coahuila o Nissan en Aguascalientes. Si la medida se concreta, la industria podría enfrentar un golpe devastador, con efectos que se extenderían más allá de las líneas de ensamblaje: proveeduría, logística y empleos quedarían en riesgo.
El dilema no es menor. Trump insiste en que Detroit debe volver a fabricar sus propios autos y que la producción debe regresar a suelo estadounidense. Pero mover un sistema tan complejo no es tan fácil ni tan rápido como él pretende. Expertos como Francisco González, presidente de la Industria Nacional de Autopartes (INA), estiman que reubicar la manufactura requeriría entre 20 y 30 años, además de 19 a 30 nuevas plantas automotrices en EE.UU. ¿El problema? A los estadounidenses ya no les gusta la manufactura, mientras que en México hay una mano de obra calificada que ha sustentado el crecimiento del sector.
El ajedrez de Sheinbaum y Trump
Con Claudia Sheinbaum al frente, México juega una partida diplomática complicada. Hasta ahora, su estrategia ha sido evitar la confrontación directa y mantener el diálogo, a la espera de lo que ocurra el 2 de abril, fecha en la que EE.UU. decidirá si los aranceles al sector automotriz entran en vigor.
Las armadoras estadounidenses, principales interesadas en mantener sus operaciones en México, han presionado para que la medida no se concrete. Pero el verdadero temor está en el rompimiento del T-MEC, algo que muchos creen improbable… aunque no imposible. José Romero, del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), advierte que Trump no solo busca ponerle impuestos a los autos mexicanos, sino desmantelar toda la estructura industrial compartida entre ambos países.
El efecto dominó sería brutal: más de 900 mil empleos dependen directamente de la industria automotriz, sin contar los trabajos indirectos en proveeduría, transporte y servicios relacionados. Si Estados Unidos estornuda, México se acatarra.
¿Oportunidad o crisis?
Algunos analistas ven en esta crisis una oportunidad para que México refuerce su mercado interno y reduzca su dependencia de EE.UU. Pero esa transición llevaría años. Mientras tanto, la incertidumbre es una bomba de tiempo.
Los próximos días serán clave. Si Trump impone aranceles, México tendrá que decidir entre responder con represalias comerciales o buscar una salida negociada. Mientras tanto, en las fábricas y en los hogares de miles de trabajadores, no se habla de otra cosa.