Doce años y medio después de haber sido detenida, Malinali Gálvez recibió sentencia. La noticia se la dio ayer en la cárcel su hermana Xóchitl, quien salvo en los tres meses de la campaña presidencial, no dejó de visitarla en ese cuarto de siglo de encierro e incertidumbre: 89 años de prisión por secuestro en agravio de dos víctimas. Es la dura ley, le digo a Xóchitl. “La prueba con la que se le está condenando se obtuvo bajo tortura”, me responde. “Tan es así que ella está en el Registro Nacional de Víctimas de Tortura. Además, un par de vecinos de la casa de seguridad, sin que conocieran a Mali, atestiguaron ante el juez que las dos personas secuestradas salieron a las ocho de la mañana de la casa de seguridad y a la de Mali las trajeron a la una de la tarde para hacer el montaje de ella con las jaulas”. Sé lo que la quieres, imagino cómo te sientes, le digo. “Es el dolor de una hermana cuando condenan a su hermana a nueve décadas en prisión, y el desconsuelo que siente una mujer cuando algunos medios de comunicación aprovechan para linchar a las dos”, me dice. “Lo que más me duele son sus dos hijas”. Tortura, montaje, la dura ley. Malinali apelará. Las dos hijas son ingenieras. Trabajan en la empresa de su tía.