La lista contenía, hasta ayer, más de mil entradas con fotografías de ropa, zapatos, maletas, mochilas. Son fotos que hizo y publicó la Fiscalía estatal de Jalisco. Me impactan las prendas de mujer. Una pijama de corazones y una leyenda en inglés: “amo mi cuerpo”. Una blusa deportiva que dice “Maranatha cheerleader”, el equipo de porristas de un bachillerato de Pasadena, California. Otra blusa de mujer tiene el logo de Borregos Salvajes, un equipo de futbol americano del Tec de Monterrey. En otra blusa femenina está estampado “Hawks El Dorado soccer”, de otro bachillerato en Placentia, California. Hay blusas con lunares, con flores, vestidos largos, de lentejuelas, o muy cortos. Un vestido blanco ajustado y con encajes me recuerda al que se usa en una boda civil. Hay tacones negros y abiertos, de tiras. Y blusas cortas, largas, casi todas de talla pequeña. Es ropa barata; de la que usan mujeres muy jóvenes. Hay maletas de rueditas, shorts, faldas, la mochila de un centro de tratamiento de adicciones en EU, otra de princesas de Disney, y una color rosa, chica, con una enorme estrella que sonríe.
Desde septiembre, el fotoperiodista de AFP Ulises Ruiz trató de conseguir la ubicación del rancho. En aquel momento, la fiscalía local y la Guardia Nacional habían entrado. Detuvieron a 10 personas, rescataron a otras, aseguraron armas, coches. Poco después, supe por fuentes oficiales, en la fiscalía estatal averiguaron que hace seis años unos criminales sacaron de allí a los hijos del hombre que había construido el rancho. Les dijeron que ahora ellos lo usarían. De los autos, algunos tenían reportes de robo. De otros, aún no saben a quién pertenecen. El personal de la fiscalía se quedó allí un par de semanas y luego se fue.
Ruiz, el fotoperiodista, “quería hacer algo que evidenciara que existen estos centros”, sobre los que publicaron mis colegas de Quinto Elemento Lab y Zona Docs. Los sobrevivientes han dicho que allí se mata para sobrevivir. Verlo, sin embargo, era otra cosa.
Adentro, él fotografió restos de huesos. Algunos, dijo, estaban calcinados. Retrató también la impresionante montaña de ropa, zapatos, mochilas, maletas.
Las imágenes, que han horrorizado a una parte del país, plantean más preguntas. “Estuve allí en septiembre y no vi esa cantidad de ropa y zapatos”, me dijo Guadalupe Aguilar, fundadora de Fundej, otro colectivo de la zona. “Ninguna autoridad local tiene claro por qué ahora hay más ropa que antes”, me dijo una fuente oficial.
Tuve acceso a una parte del expediente de la fiscalía local. La misma explanada, que ahora lucía llena de prendas, entonces se ve vacía.
Aguilar aventura una explicación: “Alguien rompió los sellos de aseguramiento del rancho y continuaron trabajando en el lugar (en los últimos meses)”, dijo. Pero la fiscalía local lo niega. Aduce que no hay restos de comida recientes.
Pregunto por qué los activistas pudieron entrar, como pudo entrar cualquier otra persona. En el gobierno local, me responden que la fiscalía tiene más de 100 inmuebles en resguardo y no tienen capacidad de cuidarlos todos.
Ahora, las fotos de los hallazgos sirven para que algún ser querido identifique a quien busca, mientras la prensa repite que en Teuchitlán había hornos crematorios y las autoridades lo niegan. “No son hornos crematorios, son pozos que ellos hicieron”, me dijo Aguilar. La fiscalía estuvo allí casi dos semanas. Sigue sin quedar claro por qué no hurgaron en los pozos, los examinaron, no se llevaron la ropa, no pusieron fotos a disposición del público, como ahora.
No sé si alguna vez las autoridades confirmarán si allí se quemaron cuerpos, ni cuántos. El horror que queda es que ese lugar existe, y es uno de muchos. El horror que está fuera de dudas es que miles de muchachas y muchachos, una generación entera, está quebrada, o no regresará.