Cuenta Carlos Salinas, presidente de la República (1988-1994), que el 30 de enero de 1990, durante una gira por Europa, el entonces primer ministro de Alemania, Helmut Kohl, quien encabezaba la reunificación germana tras la caída del Muro de Berlín, le dijo: “Para el próximo siglo los arsenales militares ya no tendrán la misma importancia que poseen hoy. Lo relevante para definir la estatura de un país será su economía, su infraestructura, su poder de innovación”. (“México. Un paso difícil a la modernidad”).
Salinas impulsó la negociación del TLC con EU y Canadá para integrar a México al bloque norteamericano. “Teníamos que empezar por convencer a los mexicanos de que valía la pena cambiar el tipo de relación histórica con EU… ¿La integración económica con EU representaría la pérdida de nuestra soberanía? Sin duda, al negociar, fue necesario hacer concesiones para obtener beneficios a cambio. Con el TLC el gobierno mexicano tuvo que garantizar que ya no se ejercerían las decisiones discrecionales que otras administraciones practicaron”, recordó.
El neoliberalismo, hoy tan denostado, tuvo en los tratados de libre comercio su piedra angular. La izquierda mexicana de entonces, hoy gobierno, cuestionó la viabilidad de los acuerdos y la asimetría que dejaba a México en condiciones vulnerables.
Están implantados en gobiernos, en grandes corporaciones empresariales y en el control de la comunicación digital. Pulverizan las reglas internacionales de la diplomacia, el comercio, la economía y los derechos humanos. Son las fuerzas populistas, nacionalistas, xenófobas, fascistas y autoritarias que han dado golpe al mando del neoliberalismo que gobernó por más de tres décadas.
Michael Pettis y Matthew Klein, autores de “Las guerras comerciales son guerras de clase” definen que lo que ahora ocurre no tiene que ver con conflictos entre gobiernos.
“Es principalmente un conflicto entre banqueros y propietarios de activos financieros, en un bando, y familias corrientes, en el otro -entre los muy ricos y todos los demás-. El crecimiento de la desigualdad ha generado exceso de bienes manufacturados, pérdidas de empleo y aumento del endeudamiento. Es una perversión económica y financiera de lo que se supone que debe lograr la integración global”, señalan.
Las reglas del comercio internacional dependen sobre todo de las presiones de las empresas globalizadas, que acrecientan sus ganancias con evasiones de impuestos combinando el uso de paraísos fiscales, la manipulación de deudas internas y la presión política mediante lobbies que controlan, según expresan los autores.
El trumpismo exacerba ese dominio con algunas de esas empresas bajo el mando del gobierno estadounidense y mundial y hiere de muerte el legado neoliberal.
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Es paradójico que el dilema de la 4T esté alrededor de la defensa de los instrumentos comerciales de hace tres décadas, que tanto criticó. El gobierno de AMLO arrancó en 2018 con la ratificación del TLC, convertido en T-MEC y la presidenta Claudia Sheinbaum declaró ayer, ante la plaza llena, que aquello fue “un nuevo tratado mejor y más justo”.
En la esencia del pensamiento político de muchos de los dirigentes y funcionarios del gobierno actual ha estado el rechazo a los tratados de libre comercio, al menos en la forma en que se pactaron y formularon. Parte de la fortaleza de su lucha y empoderamiento tuvo que ver con la búsqueda de alternativas a tratados asimétricos. ¿Dónde quedaron muchas de sus valiosas ideas para darle un rumbo diferente a la economía del país?
Hay un evidente punto de quiebre mundial. La imposición de aranceles es una pieza de castigo y de chantaje, no la batalla fundamental.
Este es un momento histórico y quizás como le dijo Kohl a Salinas, para pensar con frialdad y actuar con sensatez… con visión de futuro y sentar bases de una alternativa de fondo que nos reinserte en el mundo y fortalezca al país, no para llegar a junio, fecha de la próxima elección judicial.