Se celebró un nuevo aniversario de la expropiación petrolera, donde se anunció una nueva reforma que lo que busca, en última instancia, es tratar de recuperar la estabilidad de una empresa que, literalmente, está quebrada, y cuyas deudas son mayores, incluso, que sus activos. La propuesta es, en realidad, una contrarreforma de la aprobada durante el gobierno de Peña Nieto, pero también un giro importante respecto a la política seguida el sexenio pasado, y lo que busca es regresar a la integración vertical de la paraestatal. Una propuesta cercana a la que ha manejado Cuauhtémoc Cárdenas.

No sé cuál es el mejor camino. Pemex necesita un saneamiento integral, necesita romper con el burocratismo y los lastres sindicales internos, acabar con el huachicol que es una sangría permanente de la empresa y las finanzas públicas (y uno de los mayores alimentos del crimen organizado y la corrupción política) y abrirse a la inversión extranjera en la forma que se considere más conveniente, no hay recurso público que alcance para revivir a Pemex y al sector energético del país prescindiendo de la iniciativa privada.

En la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas no se prohibió la inversión privada ni la asociación de Pemex con empresas privadas, y las razones que la determinaron tuvieron mucho que ver con la voracidad empresarial, pero también con la inminente Segunda Guerra Mundial y el interés de proteger el petróleo y la industria petrolera ante el conflicto en ciernes: era parte también de los acuerdos que se tejieron en esos años con Estados Unidos para preservar esa fuente energética. Pero el hecho es que por eso mismo no se estableció en la reforma de Cárdenas la prohibición para asociaciones o inversiones privadas. Fue el marco regulatorio de los sexenios posteriores los que limitaron cada vez más esa participación.

Pemex es una empresa que si fuera privada estaría ya quebrada: sus pérdidas netas en 2024, fueron de 620 mil 605 millones de pesos, lo que contrasta con una utilidad neta de ocho mil 151 millones de pesos en 2023, otra herencia que agradecerle a López Obrador. Los ingresos de Pemex disminuyeron 2.4% en 2024, alcanzando 1.6 billones de pesos, debido principalmente a menores exportaciones petroleras. El costo de ventas aumentó 4.4% debido a mayores gastos de mantenimiento. La deuda total de Pemex asciende a 97 mil 600 millones de dólares, lo que la convierte en una de las empresas más endeudadas del mundo.

Mientras tanto, la producción ha disminuido debido al declive natural de los campos petroleros, a retrasos en la terminación de pozos y rezagos en la exploración. En el cuarto trimestre de 2024, la producción fue de 1.67 millones de barriles diarios, 10.02% menor que en el año anterior.

Pemex depende del apoyo financiero del gobierno, lo que ha llevado a un mayor endeudamiento del país, reduce el margen de maniobra fiscal y adeuda alrededor de 500 mil millones de pesos a sus proveedores, generando una crisis de liquidez para muchas pequeñas y medianas empresas.

La empresa está quebrada pese a que el gobierno federal le ha traspasado miles de millones de dólares y se ha embarcado en proyectos costosísimos como Dos Bocas, casi 25 mil millones de dólares, el triple de lo considerado originalmente, un costo difícil de devengar porque, por ejemplo, la refinería de Deer Park que compró México en Texas, produce desde el día uno lo mismo que algún día producirá Dos Bocas y su costo total, asumiendo incluso las pérdidas que tenía de su operación anterior, fue de cerca de mil 600 millones de dólares.

Se habla de proteger la soberanía y la independencia energética, pero cuando se debe tal cantidad de dinero nadie es soberano ni independiente, menos una empresa que las calificadoras internacionales consideran casi al borde del default. No es así porque recibe enormes cantidades de dinero del gobierno federal, pero ni de esa manera logra modificar sus números. Es una empresa dependiente de su falta de eficiencia y de sus acreedores.

El petróleo, los recursos nacionales, son de México, pero nadie dice que dejen de serlo porque haya empresas privadas, nacionales o extranjeras, que trabajen en el sector. La verdadera soberanía en este ámbito sería que la energía y, sobre todo el gas, pudieran llegar a todos los rincones del país. La soberanía implica también respetar los compromisos internacionales y el T-MEC, y hay que cumplirlos. Autorizar el fracking para poder invertir en la generación de gas y crudo no debería acabar con la soberanía.

ANIVERSARIOS

Hay mucho por celebrar. Excélsior cumplió 108 años y forma parte de la historia del periodismo nacional. Pero también esta columna, Razones, cumple este 19 de marzo, nada menos que 36 años de publicarse. Nació en 1989, en el viejo unomásuno y ha transitado por diversos medios (El FinancieroMilenio, entre ellos) para recalar en esta casa desde 2004 y esperemos pertenecer a ella por muchos años más.

También cumplió ocho años otra de mis casas, ADN40, en donde participamos desde que se inició como Proyecto40. Un canal de noticias donde hacemos el programa Todo Personal (que cumplió a su vez 16 años, el 19 de febrero pasado). En todos estos espacios gozamos de libertad y el respeto de compañeros y directivos. Es un orgullo ser parte de ellos.

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez es periodista y analista, conductor de Todo Personal en ADN40. Escribe la columna Razones en Excélsior y participa en Confidencial de Heraldo Radio, ofreciendo un enfoque profundo sobre política y seguridad.

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