Con una demora de casi ocho años, finalmente se dieron a conocer 63 mil 300 páginas de lo que se conoce como “los expedientes JFK“, que es todo lo que la CIA tiene del asesinato del presidente John F. Kennedy en noviembre de1963.
Por instrucciones del presidente Donald Trump los Archivos Nacionales hicieron públicos los memorandos que no contradicen la esencia de las conclusiones de la Comisión Warren, que Lee Harvey Oswald fue el asesino y que actuó solo. Sin embargo, los documentos revelan muchas cosas más, al haber sido divulgados sin testar, como en el pasado sucedió con cientos que salieron a la luz pública, por lo que ahora aparecen nombres de países, de agentes y de colaboradores, así como detalles de cómo la CIA intervino en asesinatos, elecciones y operaciones clandestinas masivas en otras naciones.
Ahora sabemos con precisión, por citar un caso, qué agentes de la CIA apoyaron a los complotistas que asesinaron al dictador de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, en 1961, que es detallado en un extenso reporte de 64 páginas, y cómo y a quiénes se hicieron los pagos en Bolivia para intervenir en la elección que llevó a René Barrientos a la Presidencia, gracias a un memorando sin censura de 24 páginas.
La CIA realizó además operaciones electorales en Brasil, Chile, Guatemala, Perú y Dominicana, infiltró el círculo íntimo de Fidel Castro y por primera vez conocemos todos los detalles, antes secretos, de la Operación Mongoose, iniciada por la agencia de espionaje después del fiasco de Bahía de Cochinos, para realizar ataques terroristas en Cuba y realizar operaciones encubiertas en la isla para derrocar al líder cubano.
No hay realmente novedades en el paso de Oswald por México, cuando menos descubiertas hasta ahora, como podría ser si en alguno de esos miles de documentos descubrimos -hasta ahora nadie lo ha hecho- qué habló el asesino de Kennedy con diplomáticos y agentes de la inteligencia soviética y cubana en la Ciudad de México poco antes del atentado. Lo que sí es novedoso, en términos mexicanos, es el detalle de las operaciones secretas de la CIA en México -algunas de ellas en colaboración con el gobierno del presidente Adolfo López Mateos-, donde por primera vez podemos ver el alcance de lo que hacían con y sin conocimiento de las autoridades.
En aquellos años el jefe de Estación de la CIA era Winston Scott, que se volvió confidente de los presidentes López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, y cuya oficina tenía fichas de nueve mil “personalidades”, principalmente biográficas, que se incrementaban 69 centímetros lineales cada mes. Mucha de la información técnica que permitió ese registro, ahora sabemos, procedía de las operaciones identificadas como LIFEAT, que es la intervención telefónica masiva que tenían, y LIENVOY, que era la intervención telefónica específica de Elena Vázquez Gómez, que era la secretaria del general Lázaro Cárdenas.
Diversos libros escritos por exagentes de la CIA consideraban que en los 60’s la estación de la CIA en México era la más grande del mundo, superior incluso a la de Viena, la puerta occidental en ese entonces al mundo comunista, por todas las operaciones de contraespionaje que se llevaban a cabo en la Ciudad de México, llamada la “Casablanca de la Guerra Fría”, como la definió Jefferson Morley, que ha escrito varios libros sobre el asesinato de Kennedy.
Once páginas de un informe más amplio redactado en 1964 por el Inspector general de la Estación de la CIA en México, revelan operaciones conjuntas con las autoridades locales y también unilaterales, trabajando coordinadamente con el Departamento de Estado -que les daba cobertura como diplomáticos-, el FBI -que se encargaba de la penetración del Partido Comunista y movimientos de izquierda, como parte del programa COINTELPRO, que tiene 200 páginas dedicadas a México-, el Servicio de Migración y Naturalización -que participaba con el gobierno en identificar a todos los visitantes de países específicos que entraran al país- y la inteligencia militar.
La Estación organizaba su estructura en oficinas dedicadas fundamentalmente a espiar a los soviéticos, a los cubanos, al Partido Comunista Mexicano, en un grupo de reacción rápida y en operaciones clandestinas. Casi un 20% del total del personal acreditado en la Embajada cubana eran agentes de inteligencia, de acuerdo con el memorando, y una de las tareas de la CIA era reclutar agentes. Uno de ellos, que no mencionan, era diplomático. Otra era Silvia Durán, secretaria en la embajada sin acceso a información confidencial, cuyo nombre se conoce porque tuvo una relación con Oswald.
Alrededor del 70% de los agentes en la Embajada en Paseo de la Reforma -actualmente se mudó del gran centro histórico de la capital- informaban sobre las actividades de los cubanos y los viajes entre la Ciudad y México y La Habana, que era el único vínculo aéreo que tenía Cuba en el Continente, el 45% del tráfico de cables que enviaba la Estación al cuartel general de la CIA en Langley, Virginia, tenía que ver con Cuba.
Aunque la prioridad era Cuba, los soviéticos también eran un blanco central en las operaciones de la CIA. México era uno de los cuatro países latinoamericanos que tenía relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, y de acuerdo con el reporte, 33 de sus 36 personas acreditadas ante la Secretaría de Relaciones Exteriores, eran agentes de la KGB o del GRU, que es la inteligencia militar. La CIA tenía una vigilancia física 24/7 desde un departamento frente a la embajada en Tacubaya, donde fotografiaban todo lo que sucedía en su exterior, así como sus teléfonos estaban interceptades y habían colocado micrófonos para escucharlos. En total, hasta ese momento, la CIA había logrado tener seis dobles agentes, uno de ellos para espiar en Filipinas, a donde fue trasladado, y otro para espiar a la cancillería mexicana.
La CIA si realizó operaciones de espionaje contra el gobierno mexicano y realizó reclutamiento unilateral de connacionales, como un sacerdote católico que no es nombrado en el documento, que trabajó contra objetivos rurales. Aunque no hay detalles de dónde se trabajó, en esos años había una intensa actividad en el campo, con una agitación encabezada por Rubén Jaramillo, un pastor revolucionario que fue asesinado en 1962. El sacerdote católico logró una red que se vinculó con uniones de crédito, cooperativas agrícolas y campesinas, e influyó en el Instituto Mexicano de Estudios Sociales -sobre el cual hay poca documentación- donde entrenaron a 12 mil personas en cursos “especiales” no definidos.
Los documentos sobre el asesinato de Kennedy no aportan revelaciones sobre la colaboración del gobierno mexicano con la CIA, pero son una mina de información sobre lo que la agencia hizo a espaldas de las autoridades que cooperaron con ella, y aunque a diferencia del resto de países en América Latina no buscaron desestabilizar para provocar golpes de estado o alterar los procesos electorales, sí buscaron ir trabajando en las bases y sectores más desprotegidos, adoctrinamiento ideológico para servir a sus fines, en ese entonces, contra el comunismo.