Definitivamente: Donald Trump está marcando la agenda política en México. Hasta los nacionalistas políticos mexicanos acuden a su espacio de poder para quejarse y que les resuelvan sus problemas y necesidades. Trump es el referente, el hombre fuerte que amenaza a su contraparte mexicana para negociar con ventaja en la defensa de sus intereses.
El “nuevo orden mundial” de Donald Trump en su relación con México se perfila como una combinación de presión, nacionalismo extremo y pragmatismo calculado. Si algo ha demostrado Trump es que México es clave en su agenda, ya sea como aliado forzado o como chivo expiatorio para sus políticas de seguridad y migración.
Su regreso a la Casa Blanca trae consigo viejas tensiones y nuevas amenazas. Con la inminente designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, la posibilidad de que Estados Unidos aumente su injerencia en México es más real que nunca. ¿Será solo presión política o un pretexto para medidas más agresivas?
Por otro lado, la relación comercial sigue siendo fundamental. Trump puede ser duro con México en el discurso, pero difícilmente romperá con el país cuando su economía depende del T-MEC y de la mano de obra mexicana. Lo que sí es seguro es que su administración pondrá a México en la mira, usando el tema de los cárteles, la migración y la seguridad fronteriza como moneda de cambio para imponer condiciones.
En resumen, el “orden mundial” según Trump se mueve entre la amenaza y la negociación, donde México deberá maniobrar con cautela para no convertirse en el blanco de su retórica y, al mismo tiempo, evitar ceder demasiado ante su estrategia de presión.
Ahora bien, Trump prometió mano dura contra los cárteles mexicanos. Y ahora va en serio. Estados Unidos se prepara para designar como organizaciones terroristas a cinco cárteles de la droga, una decisión que no solo tiene implicaciones políticas, sino también económicas y militares.
Según The New York Times, el Cártel de Sinaloa, el CJNG, el Cártel del Noreste, la Familia Michoacana y los Cárteles Unidos serán incluidos en la lista negra del Departamento de Estado junto a otras organizaciones criminales de Latinoamérica, como la Mara Salvatrucha, el Tren de Aragua y el Clan del Golfo.
Desde el 20 de enero, cuando Trump retomó el poder, dejó claro que esta designación sería prioridad. Firmó una orden ejecutiva para que el secretario de Estado, Marco Rubio, hiciera la clasificación en un plazo de dos semanas. Si todo sigue su curso, el anuncio podría darse esta misma semana.
¿Qué significa esto? Para empezar, Estados Unidos podrá aplicar sanciones económicas más severas contra personas y entidades vinculadas a estos grupos, congelar activos e incluso justificar operaciones militares fuera de su territorio bajo el argumento de combatir al terrorismo. Es un cambio de juego que puede traer repercusiones para México.
Esta medida podría tensar aún más la relación con México, donde el gobierno de Claudia Sheinbaum deberá decidir cómo responder. Trump ya adelantó que fue “muy duro con México” en su primera conversación con la nueva presidenta. Si la presión aumenta, podría exigir acciones más drásticas contra los cárteles, colaboración militar o incluso intervención directa.
Lo cierto es que la designación de los cárteles como terroristas abre un nuevo capítulo en la guerra contra el narco, con consecuencias que aún están por verse.
Trump, el presidente en escena
Donald Trump no ha vuelto a la Casa Blanca. En realidad, nunca se fue. Lo suyo no es gobernar en los términos tradicionales, sino interpretar el poder como un espectáculo permanente. Desde que regresó a la presidencia de Estados Unidos, ha dejado claro que su estilo sigue siendo el mismo: declaraciones incendiarias, firma de decretos en directo y una obsesión casi enfermiza por los medios de comunicación que dice despreciar, pero que consume con voracidad.
Lo explica bien la periodista Margaret Sullivan, quien fue defensora del lector en The New York Times: “Siempre ha sido un showman”, recuerda. “Es su talento para manipular a la masa”. No se trata solo de su necesidad de atención, sino de una estrategia calculada. Trump actúa constantemente para su base, que lo sigue y aprueba sin importar qué diga o haga. Es un espectáculo diseñado para mantenerlos enganchados.
Prueba de ello es la extraña pero efectiva ceremonia que repite casi a diario: reunir a un grupo de periodistas para firmar decretos en vivo. Un asistente anuncia la medida, Trump recibe la carpeta y, con un gesto grandilocuente, estampa su firma mientras suelta frases como: “¡Esta orden es especialmente buena!”. Las cadenas de noticias retransmiten el momento con un pequeño retraso, pero el mensaje queda claro: Trump está en control, él marca el ritmo del debate y la agenda.
El contraste con su predecesor, Joe Biden, no podría ser más evidente. Durante cuatro años, Biden evitó la exposición pública: dio apenas 36 conferencias de prensa y rara vez lo hizo sin compañía. En cambio, Trump ha convertido cada día de su presidencia en una conferencia interminable, lo que sus aliados venden como “transparencia inédita”.
Para Trump, la verdad es un detalle menor cuando se trata de mantener el espectáculo en marcha. Es como la mañanera, pero a la n potencia. Y así será durante cuatro años. Así que hay que acostumbrarse. Que no cunda el pánico. El show apenas inicia.