Después de la pausa, la emoción. El efecto es visible más allá de las gratuitas adulaciones. Los eventos públicos posteriores al anuncio de la pausa pactada entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum, registran un entusiasmo diferente por encima de los acarreos de rigor. Las comunidades detienen el paso de la Presidenta; sobre todo congregaciones de mujeres.

Es significativo que lo que antes se cuestionó a Sheinbaum ahora es la virtud que la lleva a la victoria. A ella la quisieron descarrilar en campaña electoral descalificándola como “la dama de hielo”. La frialdad era su defecto. Ahora el elogio mueve el termostato. La frialdad de la Presidenta es reconocida como la virtud acaso por el temperamento tabasqueño que le antecedió. El témpano necesario en la caldera del Diablo.

Las portadas de medios europeos o estadounidenses con la Presidenta sonriente y brazo en alto como la mujer exitosa que hizo ceder a Trump, solaza y abruma. La felicidad en Palacio se cuenta con hojas de calendario. Trump quería menos de un mes como pausa de los aranceles; pero igual que con el casero le movimos unos días el adeudo. Hay que festejar.

La emoción obnubila. Las señales después de la pausa indican que el forzado acuerdo de los presidentes se mece sobre aguas revueltas y turbias. Es entendible el festejo pero es preocupante que le acompañe la amenaza, la voracidad, la rapiña, el extravío y la soberbia.

Al día siguiente de la llamada donde se concretó la pausa, sobre esas aguas turbulentas apareció un navío de guerra estadounidense y sobrevoló un avión espía cuya visibilidad por redes sociales los hizo notables. Si fueran operaciones discretas pueden hacerlas sin ser detectados. Decidieron dejarse ver para que las pantallas de los celulares los reconocieran. La pausa transcurre con amenazas.

No hay engaño. Hegseth, Homan, Musk, Rubio y muchos más hilan sus cortos comentarios virales con la advertencia de que México tiene una casta de narcopolíticos que debe ser removida como condición de un buen entendimiento. La opinión pública protrumpista se modela alrededor del narcogobierno mexicano. Lo hecho durante la pausa no parece suficiente.

El trazo del gobierno quiere dibujarse en las mesas de trabajo binacionales para diluir la presión, repartirla. Un Presidente ignorante de la institucionalidad, decidido a subvertir el acomodo, habrá que ver qué tanto respeta mesas y memorándums. Sin duda es un buen esfuerzo tratar de encarrilar las negociaciones pero para ello, además de un Plan B, se necesita hilar coherencia en la casa.

La burbuja amenaza. Envueltos en el optimismo, los dígitos de la popularidad, los aspirantes a combatientes van por lo suyo. La cobranza delegada es la muestra de los turbios pescadores. Las candidaturas de jueces y ministros pasan entre tirones, apretones y chapuzas. Los números de la economía brotan para dar cuenta del frenón del 2024, el año electoral del derroche de dinero público y menos crecimiento. Inflación controlada, sí, pero crecimiento menor. Deudas a proveedores, obras inconclusas, empleo contenido, informalidad campeante que más allá de la estadística construye las formas de convivencia atadas a relaciones clientelares, subordinación política y la incertidumbre convertida en pasmo.

El Plan México asoma con buenas intenciones y débiles explicaciones. Es el riel de junto. El camino paralelo a la que se presume azarosa y desventajosa renegociación del T-MEC.

Soldados van y vienen. Los costos de sus traslados crecen; allá van de Campeche a Tamaulipas, de Guerrero a Sinaloa, de Sonora a Chiapas. La estrategia de seguridad no da para convencer en un mes y si, además, es ajena al desmonte de los aparatos narcopolíticos que dominan municipios, estados y territorios, mayores limitaciones tendrá.

La pausa legitima y fortalece pero no borra evidencias. Surcar por aguas revueltas y turbias supone también una renovación de acuerdos internos, una suma de esfuerzos, una exigencia de cuentas y acotamiento de los abusivos.

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