La crisis de salud en México no es casualidad. Como mercadólogo entiendo que todo está conectado: si no suena lógico, suena metálico. Y en este caso, el sonido es de miles de millones en juego.
El actual desastre en el sistema de salud público no es un accidente, es un modelo de negocio disfrazado de ineptitud gubernamental. Nos venden la idea de un IMSS colapsado, de un ISSSTESON sin medicamentos, de hospitales sin insumos, y la pregunta es inevitable: ¿realmente el gobierno es así de malo, o simplemente está facilitando el camino a los intereses privados?
La industria farmacéutica es más poderosa que muchos países.
Controla políticas, financia investigaciones, dicta agendas. Y en México, está logrando lo impensable: que la gente pierda la fe en la salud pública y corra a los consultorios anexos a las farmacias.
Un modelo tan exitoso que ya no se oculta, sino que se normaliza.
¿No hay medicinas en los hospitales? Tranquilo, el Dr. Simi te espera con los brazos abiertos. Su dueño, Víctor González, no deja de publicitarse, pero no con anuncios comerciales, sino con una campaña cuasi religiosa, como si quisiera expiar culpas.
Eventos católicos con el Papa e intentos fallidos de ganar el Nobel de la Paz. Casi parece que se está disculpando por algo.
Y ahí está la gran pregunta: ¿qué tal si este caos no es un fallo, sino un plan? Un modelo de transición silenciosa hacia la privatización de la salud, donde las farmacias con consultorio al lado se convierten en la única opción real.
No necesitan cerrarnos los hospitales de golpe, basta con dejarlos morir de inanición. Se desmantela el sistema, la gente pierde la paciencia, se normaliza la consulta privada “barata” y, antes de que nos demos cuenta, la salud ya no es un derecho, sino un lujo.
El negocio es redondo.
Nos enferman con alimentos ultraprocesados, con aire contaminado, con jornadas laborales inhumanas. Nos hacen dependientes de medicamentos innecesarios. Y cuando finalmente nos colapsamos, nos reciben con los brazos abiertos… y la receta lista.
Mientras tanto, los sistemas públicos siguen en picada, y el mensaje es claro: si quieres atención médica digna, págala.
Así de simple. Así de perverso.
No hay conspiración. No hace falta. Basta con aprovechar la indiferencia política, el desinterés ciudadano y la maquinaria de una industria que, en lugar de curar, ha aprendido que es mucho más rentable mantenernos enfermos.
Y así estamos: pagando por nuestra propia desgracia, con una sonrisa del Dr. Simi como paliativo.
Buen fin de semana, abracen a sus amores, familiares y amistades mientras la salud lo permita.