En política, como en el mercado, los productos se reinventan, se maquillan y se relanzan para captar nuevos públicos. Hoy vivimos en una guerra cultural que moldea el debate público; éste se convierte en narrativa y, finalmente, la narrativa en realidad.
No es una lucha de ideas, sino una narrativa en constante cambio que influye en cómo pensamos, votamos y nos relacionamos.
Si usted es político, pretende serlo o es un ciudadano que quiere entender lo que está por venir, acompáñeme en el primero de tres textos, donde analizaré lo que realmente mueve a los políticos de hoy y, más importante aún, lo que los hace exitosos en la opinión pública.
Estamos en un mercado de emociones, donde lo que se compra y se vende no son ideas, sino sensaciones.
La derecha radical ha ganado terreno en el mundo. Miremos nuestro continente: en El Salvador, Bukele ha consolidado su poder con un discurso de orden y seguridad. En Argentina, Milei ha llegado al gobierno con su mensaje de libertad económica y reducción del Estado. Y en Estados Unidos, Trump ganó gracias a ser una figura dominante a pesar de su historial de controversias y procesos judiciales.
Mientras tanto, la izquierda tradicional está en declive; por eso murió el PRD.
Pero, ¿dónde se han ido sus votantes?
El mercado político ya no se mueve por ideologías clásicas.
La división entre izquierda y derecha ha perdido peso porque la economía y el modelo de bienestar han llegado a un consenso práctico: nadie quiere renunciar a su pensión, nadie quiere perder su seguridad social. Entonces, si ya no discutimos sobre eso, ¿qué queda? La identidad. Y aquí es donde la guerra cultural se vuelve el producto estrella de este mercado político.
Las nuevas generaciones no votan por programas económicos, sino por discursos que los hagan sentir parte de algo.
Por eso, la política ha pasado de discutir sobre impuestos a debatir sobre lenguaje inclusivo, de la reforma laboral a la cancelación de figuras públicas en redes sociales. Mientras tanto, la derecha (excepto la mexicana) ha aprendido a explotar este terreno con una estrategia clara: venderse como la opción rebelde.
Porque sí, hoy ser de derecha es el nuevo punk.
No hay nada más antisistema que ser creyente, heterosexual y profamilia.
Por eso, los trumpistas gringos se sienten rebeldes, luchan contra el monopolio cultural que ahogó a todos con propagandas de izquierda e inclusión forzada en el cine y la televisión.
En Argentina, se puso de moda ser economista, entender del mercado y saberle a las gráficas.
Los datos lo confirman: cada vez más jóvenes simpatizan con discursos que hace décadas habrían sido impensables para ellos. En Argentina, recuerdo cuando Milei estaba comenzando su campaña, y los jóvenes en sus salones de clases se reunían en bola para ver las explicaciones de por qué su país estaba sufriendo esos niveles mortales de inflación.
Milei supo llegar al gran público gracias a su lenguaje simple, directo y real.
No guardó las formas ni titubeó con el uso de lenguaje duro.
Hasta los izquierdistas radicales se escandalizaron al ver a un maestro universitario decirles “hijos de puta” en televisión nacional.
Pero aquí viene la gran pregunta: ¿cómo es que la extrema derecha ha logrado venderse como la opción antisistema, cuando en realidad está tan dentro del sistema como cualquier otro partido?
La respuesta es simple: el progresismo se volvió el establishment.
La izquierda, que antes era la voz de la rebeldía, se convirtió en la defensora del status quo, en la aliada del sistema financiero y en la promotora de discursos que muchas veces desconectan con la realidad de la mayoría.
Ningún mejor ejemplo que los objetivos de gobernanza de cualquier empresa, alineados a la Agenda 2030.
La guerra cultural no es otra cosa que la evolución del marketing político. Y como mercadólogo, me queda claro que el objetivo ya no es convencer, sino emocionar. No se trata de datos, sino de narrativas. No se trata de proyectos, sino de identidades. Porque al final del día, no votamos por ideas: votamos por historias en las que nos sentimos protagonistas.
El jueves continuaré con esta serie, explorando cómo la izquierda perdió su capacidad de conectar con la gente y cómo su narrativa se ha convertido en un lujo de clase media. Y el viernes, el gran final: ¿por qué los partidos considerados de la derecha mexicana no han aprovechado estas olas?
Los invito a seguirnos leyendo.
Porque entender esto es entender el mundo en el que vivimos.