Desde su estreno, Emilia Pérez ha generado reacciones encontradas. La historia de un narcotraficante que cambia de identidad de género y pasa de ser un criminal a un símbolo de redención ha sido elogiada por su ambición cinematográfica, pero también ha sido duramente criticada por su falta de sensibilidad y su tratamiento superficial de temas tan complejos como el narcotráfico, la violencia en México y la identidad trans.
Para Rocío Suárez Hernández, del Centro de Apoyo a las Identidades Trans A.C., la película refuerza prejuicios peligrosos, al sugerir que la transición de género es un medio para evadir la justicia y que, de alguna manera, cambia la moralidad de una persona. “Es una narrativa peligrosa”, advierte, recordando que en México la comunidad trans sigue enfrentando altos niveles de violencia y discriminación.
El problema con Emilia Pérez no es sólo su premisa, sino su ejecución. Jacques Audiard, su director, ha reconocido que no investigó a fondo la realidad mexicana antes de filmarla. Y eso se nota. La cinta reduce la narcocultura a clichés y trata la desaparición forzada como un simple trasfondo dramático, sin la profundidad que merece un tema que ha marcado a miles de familias en el país.
José Manuel Valenzuela Arce, especialista en narcocultura, lo resume sin rodeos: “No está representado ni el narcotráfico ni la desaparición forzada, al menos de manera respetuosa”. Lo que podría haber sido un análisis serio sobre la violencia en México termina siendo un espectáculo con más preocupaciones estéticas que narrativas.
Incluso el desarrollo de Emilia como personaje principal tiene fallas evidentes. Silvestre López Portillo, crítico cinematográfico, señala un momento clave en el que la protagonista, ahora “redimida”, pregunta ingenuamente cuántos desaparecidos hay. La respuesta: “cientos, miles”. Es ahí donde la película se desploma. ¿Cómo es posible que alguien que ha operado en ese mundo no tenga idea de su magnitud?
Más allá de los errores narrativos y culturales, Diego Falcón, especialista en psicología social, plantea otra posibilidad: ¿y si todo esto fue deliberado? Desde el acento forzado de Selena Gomez hasta los estereotipos del narco, ¿fueron realmente descuidos o estrategias para generar conversación? No sería la primera vez que una película busca la controversia como publicidad.
El 2 de marzo, Emilia Pérez competirá por el Oscar a Mejor Película Internacional. Si lo gana, será por méritos cinematográficos, pero difícilmente por la profundidad de su historia. Porque más allá de su cuidada estética, su redención no convence, su narrativa falla y su visión de México se siente ajena.