El presidente Zedillo leyó por radio y televisión un mensaje que contradecía el pertinaz discurso oficial de que, en Chiapas, la política subordinaría a la guerra. A las seis de la tarde de aquel 9 de febrero de 1995, el presidente declaró la guerra al EZLN. ¿O de qué otra manera podía entenderse el mensaje? Zedillo informó que, “lejos de prepararse para el diálogo y la negociación, la estrategia del EZLN era ganar tiempo para pertrecharse y extenderse, a fin de realizar más actos de violencia”. Recargado en el descubrimiento de dos casas de seguridad de los zapatistas, Zedillo anunció que soldados y agentes de la PGR ejecutarían las órdenes de aprehensión en contra de cinco cabezas del EZLN, uno de ellos, el subcomandante Marcos, quien a partir de ese momento sería llamado Rafael Sebastián Guillén Vicente. Releo mis crónicas de ese febrero de 1995, de aquel teatro en que le quitaron el pasamontañas a Marcos, quien jamás sería detenido. ¿Era peor ese Chiapas que el Chiapas de hoy? Definitivamente, no. Entonces, cuando menos, había una lucha, un personaje, un grupo, una causa, una organización, una ilusión. Y mucha, mucha menos violencia. Febrero 9, 30 años.