De los muchos temas conflictivos de la agenda bilateral entre México y Estados Unidos, el mayor desafío sigue estando en el tema de la seguridad y el tráfico de fentanilo. Como comentábamos aquí la semana pasada, el tema migratorio está bastante controlado, tanto en la frontera sur como norte, mientras que el gobierno de Trump ha descubierto que las deportaciones masivas que pretendía hacer serán más difíciles y costosas de lo que pensaba. El control de la frontera es, hoy, para la Casa Blanca, la mejor noticia sobre el tema.

El capítulo económico transitará por la renegociación del tratado y, en temas muy delicados como la agricultura y la energía, se han liberalizado las restricciones que mantenía México. Pero la seguridad, el tráfico de fentanilo y de armas es un capítulo complejo que desde hace años contamina la relación bilateral. Se cumplen 40 años del peor momento de la relación México-Estados Unidos en un tema de seguridad que deterioró toda la relación bilateral: el caso Camarena.

En enero de 1985 fue secuestrado, torturado y asesinado en Guadalajara el agente de la DEA Enrique Camarena, junto con el piloto mexicano Alfredo Zavala. Sus restos fueron arrojados en Michoacán, donde entonces gobernaba Cuauhtémoc Cárdenas, y fueron encontrados en febrero. Como nunca antes la frontera fue cerrada por Estados Unidos durante días exigiendo justicia por el caso Camarena. La relación de Miguel de la Madrid con Ronald Reagan no se pudo reponer hasta que llegaron al gobierno Carlos Salinas y George Bush.

El principal responsable del secuestro de Camarena fue Rafael Caro Quintero, que no era el narcotraficante más importante de su época: lo era su verdadero jefe, Miguel Félix Gallardo, apodado entonces como El zar de la cocaína, detenido a principios de 1989 en Guadalajara. Pero mientras Félix Gallardo se dedicaba al golf y a codearse con los sectores tapatíos más pudientes, Caro Quintero era protagónico, escandaloso, público. Ninguna de esas características impidió que uno y otro (junto con Ernesto Fonseca,Don Neto) tuvieran enormes espacios de poder, prepotencia e impunidad. Buena parte de ese poder deviene de una de las historias más oscuras que ha habido en el narcotráfico en México, que contamos con detalle en los libros El otro poder (Aguilar, 2001) y La batalla por México (Taurus, 2012).

La historia del asesinato de Camarena se inscribe en el contexto del caso Irán-Contras, organizado por el gobierno estadunidense para aprovisionar de armas y hombres a la Contra nicaragüense. En 1979 había caído el gobierno de Anastasio Somoza y la administración de Reagan, que tomó el poder poco después, implementó un ambicioso programa para tratar de derrocar a los sandinistas. La Contra operaba básicamente desde la frontera con Honduras en una guerra abierta contra el régimen. Honduras se convirtió en un puente donde llegaban los hombres que eran entrenados en otros países centroamericanos, pero sobre todo en las fincas de los narcotraficantes colombianos y mexicanos, y allí llegaban las armas, pero también la cocaína de Colombia que era trasladada a su vez a México y, de allí, a EU.

La trama tenía componentes claros: los grupos colombianos, donde comenzaban a despuntar Pablo Escobar y, por otra parte, los hermanos Rodríguez Orejuela, que enviaban droga a Honduras. Allí era recibida por quien fue otro célebre narcotraficante, Juan Matta Ballesteros. De México llegaban los aviones con armas y gente que regresaba con la cocaína, que era recibida por la gente de Félix Gallardo, Don Neto y Caro Quintero. Y de México, la coca era enviada a Estados Unidos, donde estaba causando furor.

Todo funcionó bien hasta que esa trama fue descubierta por el Congreso estadunidense en una investigación de venta clandestina de armas a Irán (el dinero que pagaba Irán se usaba para comprar armas para la Contra) y tuvo que comenzar a ser desarticulada, entre otras razones porque quien sería el candidato republicano era el exdirector de la CIA (entonces vicepresidente) George Bush, y había sido bajo su mando en la Agencia que se articuló ese operativo. Pero el negocio era ya demasiado grande como para detenerlo. Lo más que se logró, con el tiempo, fue que todos los que estuvieron en su momento involucrados en él desde el terreno del narcotráfico murieran, fueran encarcelados o simplemente desaparecieran.

Enrique Camarena fue asesinado porque tuvo esa información (que compartió con una DEA que entonces tenía un margen de poder ínfimo ante otras agencias de seguridad como la CIA). También presuntamente por esa información fue asesinado el periodista Manuel Buendía, que la había obtenido de José Antonio Zorrilla, quien era entonces jefe de la Dirección Federal de Seguridad y que fue quien ordenó su asesinato. Tras la muerte de Camarena se impuso la certificación, se lanzó la guerra contra las drogas y se inició la etapa de violencia que, incrementándose en forma constante, todavía hoy vivimos.

Hay que ponerle atención a la historia para no repetirla, pero también mirar al futuro. No deja de llamar la atención que la nueva fiscal estadunidense Pam Bondi, en su primer orden ejecutiva haya ordenado “la aniquilación de los cárteles”, pero más aún que haya ordenado la coordinación de todas las agencias con ese fin y que haya puesto toda esa trama bajo la dirección del poderoso Homeland Security, que ya ha mantenido contactos, incluso en México, con autoridades de nuestro país, al tiempo que el jefe del comando Norte, el general Gregory Guillot, mantuvo una larga reunión esta semana con el secretario de la Defensa, el general Ricardo Trevilla, y el almirante Raymundo Morales, secretario de Marina.

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez es periodista y analista, conductor de Todo Personal en ADN40. Escribe la columna Razones en Excélsior y participa en Confidencial de Heraldo Radio, ofreciendo un enfoque profundo sobre política y seguridad.

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