Una pregunta recurrente que me han hecho en estos días es: ¿cómo veo a México? Respondo que lo encuentro apagado, entre otras razones porque escucho relatos del sobrino de un conocido que quería abrir un negocio y se rindió a la tercera visita de un funcionario cada vez más enérgico que le pedía mordidas estratosféricas o de la hermana de un veinteañero que, después de la entrevista en que le concedieron un empleo, se encontró a la salida a dos tipos, seguramente ligados con la empresa, que le advirtieron que debería compartir las quincenas con ellos, o de viejos amigos desmoronados porque la cadena de gestión para que les paguen trabajos terminados hace años en empresas públicas es cada día más sinuosa. Tendría, en fin, varios relatos más. No me sorprende, entonces, el índice dado a conocer por Transparencia Internacional que ubica a nuestro país como uno de los más corruptos del mundo, lugar 140 de 180, cerca de Nigeria y de Nicaragua. Es el reporte del año 2024, último del presidente que se pavoneó con la estafa de que la corrupción estaba siendo erradicada de México. Pero la corrupción sigue ahí, y parece más grande, más grosera, más grave. Otro fracaso de López Obrador.