Se les sigue llamando cárteles a organizaciones criminales de talla internacional. Aún se cree que los narcos son unos sombrerudos ignorantes, pero nada está más lejos de la realidad.
Los mal llamados cárteles son, en esencia, empresas criminales: diversifican mercados, innovan productos, reclutan personal, manejan franquicias y aplican estrategias de marketing que compiten con las de cualquier multinacional.
México se ha convertido en el Silicon Valley del crimen global, donde nacen startups de la ilegalidad cada día.
Si algo define a este Narco S.A. de C.V, es su capacidad de adaptación y crecimiento constante. Mientras otros países lidian con simples ladrones o mafiosos de segunda, aquí ya se crearon estructuras empresariales que operan como verdaderos clústeres del crimen.
Desde 2022, el narco es el quinto empleador más grande de México. Estas organizaciones generan más de 175 mil empleos, superando a gigantes como Pemex o Grupo Salinas.
Eso sí, no hay garantías laborales, seguridad social ni servicios médicos. Lo que sí ofrecen es una oportunidad de ascenso. Hay historias de “éxito profesional” que inspiran: un joven humilde que trabajaba en el campo, hoy es un patrón conocido mundialmente. Si él lo logró, ¿por qué tú no?
Estas organizaciones criminales venden el sueño mexicano: empezar desde abajo y alcanzar los lujos que se muestran en los videos musicales.
Narco S.A. de C.V. tiene una estructura empresarial bien definida, con departamentos de producción y distribución. Diversifican productos como si fueran catálogos: drogas sintéticas, extorsión, lavado de dinero, robo de combustibles, trata de personas. Cada negocio cuenta con logística y mercados específicos. Y, por supuesto, hay clientes para todos los niveles socioeconómicos: narcomenudeo barato para las esquinas y servicios premium para las élites.
La genialidad no está solo en cómo producen, sino en cómo venden. Las empresas criminales dominan el marketing: ayudan a la gente, reparten despensas, regalan juguetes en Navidad. Se ganan a las comunidades. Al mismo tiempo, implementan una publicidad del terror que asegura lealtades a punta de miedo. Todo mientras proyectan una imagen aspiracional: autos de lujo, fiestas extravagantes, ropa de marca y, por supuesto, su propia estética, la buchona.
Pero no nos equivoquemos. Este Silicon Valley del crimen no existiría sin sus socios cómplices: el Estado, las empresas legales y, cómo no, la sociedad.
Los gobiernos saben bien que el narco financia campañas, la policía protege zonas para ellos y el ejército prefiere mirar hacia otro lado. La relación entre estas narcoempresas y las instituciones es tan estrecha que, si desaparecieran, el sistema político y económico del país tambalearía.
Mientras tanto, nosotros, los consumidores del narco-show, seguimos alimentando esta maquinaria. Cada serie de televisión, cada narco-corrido, cada chisme sobre la élite criminal refuerza la narrativa del éxito basado en la ilegalidad. Lo que aquí es un problema, en el capitalismo global es un negocio. Y, cómo no, sabemos cómo hacerlo rentable.
Hoy es Emilia Pérez en los Globos de Oro o Peso Pluma. Ayer fue la serie Narcos en Netflix o el Komander.
Así estamos: no en guerra contra el narco, sino trabajando con él o para él.
Silicon Valley produce tecnología; nosotros exportamos terror. Y, como siempre, somos los mejores en ello.