Regresa Trump, renace el trumpismo. Habituados a discutir el efecto político o su impacto en el poder, parece dejarse de lado el renacimiento del trumpismo. El retorno de Trump tiene menos atenuantes y débiles mediaciones. Es el arribo de una casta cerrada, distante de la tradicional clase política estadounidense. El estilo es definición. Lo de Trump es un disfraz de rebeldía para destrozar instituciones, políticas públicas y beneficios sociales.
En su entorno de gobierno, Trump ha definido cien por ciento lealtad, cero por ciento capacidad. Ha dejado fuera a quienes le acompañaron en el tramo anterior y sugirieron una mínima moderación. La obediencia es la marca.
Una extraña voltereta. El movimiento popular y mediático, MAGA, sustentado en la revuelta del algoritmo que inflama mentiras y reclama el despojo de la política de las élites. Su protesta, su movilización, su voto extendido, instaura paradójicamente, el poderío de una casta, de una élite multimillonaria evidentemente ajena a la vida diaria de los obreros y las familias clasemedieras que impulsan a Trump.
No es únicamente un asunto político. Un factor de gobernabilidad. El trumpismo es, ante todo, un modo de ser anticuado pero presente. Una actualización de la regresión. El mundo virtual que lo soporta, la reproducción de mentiras, el algoritmo como eficientador del dominio de la falsedad y del engaño, tiene mucho que ver con la desaparición del contrario.
Los esclavos del móvil no voltean más allá de su pantalla. Ahí está, al final, su verdad. No miran ni se atreven a voltear a ver a otros. Cautivados por los mensajes que brincan en su pantalla, las proclamas de su líder en Truth Social, los trumpistas desconocen al otro, al que no convive con ellos. No interactúan, mecanizan. No interpelan, reproducen.
Javier Milei, un trumpito desenfrenado, apareció en el Baile Inaugural Hispano del pasado sábado 18 en un hotel de Washington en vísperas de la asunción de Trump, para recibir el premio al “Titán de la reforma económica”.
Lo suyo fue una cátedra del trumpismo que entra en la brega. Presumió en su discurso ante líderes hispanos en EU, que en un año redujo la pobreza en Argentina de 55 a 38 por ciento, sin ninguna evidencia, y con mucha estridencia. La esencia de su pensamiento de gobierno remite a la arena de la batalla de hoy.
“No consensuamos con el enemigo. La otra falacia que suelen aplicar los políticos reformistas es la falacia del consenso. Si los políticos a los que uno enfrenta representan una ideología opuesta a la propia, que ha sido la causante de todos los males, no hay ni puede haber nunca posibilidad de acuerdo. No puede haber acuerdo entre el bien y el mal porque trabajamos para intereses antagónicos”.
El desconocimiento del otro. La ignorancia del contrario. El desprecio del de junto.
“No se puede negociar los términos de una reforma con quienes viven de conservar sus privilegios”, dijo Milei en Washington.
Su propuesta: achicar el Estado. “El Estado aceptable es el más chico posible. La desregulación es el único camino exitoso. Es el camino de la motosierra”, dijo Milei.
El trumpismo derrama. Y choca con quienes piensan muy parecido. No muy lejos, en México, igualmente consideran inútil consensar reformas, acordar con contrarios, pactar con distintos.
A la vez se acomodan los trumpistas, igualmente falaces, igualmente corruptos y despreciadores de la ley.
Viene una etapa agria y dura de batalla. Sobran las letanías y urgen las coincidencias.