El periodismo mexicano no es un campo de batalla, es un campo minado.
Humberto Padgett conoce bien el peligro de ser periodista en México, pues se ha dedicado a documentar las miserias y tragedias del país. Un servidor siempre veía con atención sus reportajes en el noticiero de Ciro.
Recientemente reveló que, mientras su jefe, Ciro Gómez Leyva, se salvó gracias a una camioneta blindada prestada por el dueño de la empresa, él tuvo que suplicar por un chaleco antibalas.
Es el mejor ejemplo de la hipocresía que domina en el gremio.
¿Qué clase de oficio se ha vuelto éste, donde la vida de un periodista vale menos de quince mil pesos? No se equivoquen, esto no es únicamente un problema de Padgett y Ciro. Su caso es solo uno de los muchos que ilustran cómo el periodismo se ha convertido en un espectáculo de simulaciones.
Al gran público ya no le interesa lo que se publica, aunque sea grave y cierto. En un país donde la ignorancia es la moneda de cambio, las noticias son apenas ruido de fondo.
Pero volvamos a Padgett.
Tuvo que soportar la desprotección de sus jefes y también el desprecio de las autoridades. Recordemos que en 2017, durante una investigación sobre narcomenudeo en la UNAM, fue agredido, amenazado y traicionado. La Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México entregó sus datos personales a presuntos delincuentes. En vez de justicia, recibió abandono. En junio de 2024, la fiscalía cerró el caso, como quien cierra la tapa de una cloaca.
“Me van a matar y solo a mi madre le va a importar”, escribió Padgett en aquella época. Y no, no fue una hipérbole. En septiembre, anunció su retiro tras un asalto a mano armada. Tres décadas de trabajo y la recompensa fue el miedo constante y el aislamiento. La pregunta no es por qué se va. Es por qué tantos otros siguen aquí.
El chayote, esa práctica de financiar medios con dinero del erario, es parte del problema. Bajo el disfraz de “pautas publicitarias”, los medios se convierten en voceros del gobierno de turno. La libertad editorial se sacrifica en el altar del patrocinio oficial.
¿Cómo exigirle a un medio que denuncie la corrupción del gobierno si vive de su dinero?
Como decía AMLO, “o están conmigo o están contra mí”. Y esa lógica permea todo.
El periodismo, tal como lo conocemos, está condenado a extinguirse. Pero no todo es pesimismo. Estamos en la antesala de una revolución informativa. Con un tuit o un video viral, cualquiera puede convertirse en un medio de comunicación por un día. La democratización de la información es una oportunidad, pero también un problema. ¿Cómo distinguir entre periodismo y entretenimiento? ¿Entre información y desinformación?
Las noticias falsas proliferan porque cualquiera puede publicar sin formación ni responsabilidad. La profesionalización del periodismo no está en su mejor momento, y la carrera de comunicación sigue enseñando teorías que se quedaron en los noventa. Mientras tanto, el internet avanza a pasos agigantados, dejando a los medios tradicionales luchando por sobrevivir.
Pero, ojo, esto no es solo culpa de los periodistas o los dueños de medios. Usted, lector, también tiene algo que ver. Si está leyendo esto es porque somos un medio independiente y felicidades: es parte de una minoría que aún se informa. La mayoría de los mexicanos prefiere el entretenimiento a las noticias. Y cuando se cruzan con una nota, suele ser una versión sesgada o malintencionada.
Nos hemos acostumbrado a la comodidad de la ignorancia.
El futuro del periodismo ya no está en los monopolios ni en los despachos gubernamentales. Está en nuestras manos. Pero con el poder de informar también viene la responsabilidad de hacerlo bien.
Aprendamos de los errores de los grandes medios.
Seamos mejores que ellos.
Porque el periodismo no está muerto, pero está en terapia intensiva. Y la cura no vendrá de los dueños del chayote, sino de una sociedad que entienda que la verdad es su mejor arma.